Memoria de la isla | Monumentos y esculturas

A primera vista, uno puede tener la impresión de que Ibiza y Formentera son pobres en monumentos y esculturas, una apreciación falsa que se debe, posiblemente, al escaso interés que despiertan tales elementos que, sin embargo, tienen mucho que ver con nuestra historia, nuestro patrimonio y nuestras señas de identidad. Un modesto recorrido nos deja curiosas sorpresas.

El monumento a Vara de Rey fue parte del escenario del último desfile Adlib. / VICENT MARÍ

El monumento a Vara de Rey fue parte del escenario del último desfile Adlib. / VICENT MARÍ

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

La mejor manera de no confundir monumentos y esculturas es acudir a sus definiciones. El monumento es una obra material de cualidades específicamente evocadoras, que puede recordarnos hechos que han sido significativos o también, en su caso, a una persona relevante. El monumento puede erigirse con intencionalidad ya memorial —caso del dedicado al general Vara de Rey o a los corsarios ibicencos en el obelisco que tenemos en el puerto—, pero un monumento puede también haberse levantado en su momento sin la más mínima referencia memorial, como mera edilicia militar —caso de nuestras murallas, atalayas costeras y torres prediales—, o para cubrir necesidades religiosas, caso de nuestras iglesias rurales, edilicias, todas ellas, que aunque no tuvieran en su origen ntencionalidad memorial, la han adquirido con el paso del tiempo. ¿Quién podría negar hoy esa condición representativa, histórica y alusiva a nuestras murallas o a nuestras iglesias? En este sentido son, de pleno derecho, monumentos y, más específicamente, monumentos históricos.

Las esculturas son otra cosa. Son —o quieren ser— obras de arte que el escultor esculpe, labra, cincela o talla en cualquier material, barro, piedra, madera, metal, etc. Podemos, sin embargo, considerarlas asimismo monumentos cuando su sentido es memorial, circunstancia que, en nuestro caso, se da en muchísimas ocasiones. Así sucede en las esculturas de Marià Villangómez en Balanzat, de Guillem de Montgrí en Dalt Vila, del Salinero en la Canal, del Verro y de la gesta colombina en Portmany, del marinero y del los hippies en el codo del puerto de Vila, de don Joan Marí Cardona frente a la iglesia de San Rafael, del Padre Palau en es Cubells o de Macabich en la Carroza. Cabe decir, sin embargo, que la escultura no siempre es monumento. No lo es cuando sólo quiere ser sólo obra de arte, sin referencia memorial, en ocasiones a medio camino entre la figuración y la abstracción, tal como vemos en muchas esculturas del Antoni Hormigo. Para decirlo en pocas palabras: nuestro conjunto amurallado es un monumento histórico, no una escultura, mientras que los bronces de Macabich y Villangómez, siendo esculturas, son también monumentos por su intencionalidad memorial y evocadora.

El monumento natural

La cosa se complica cuando alguien llama Monumento Natural a un determinado paisaje que tiene un valor singular, sea por su plasticidad o por su valor geológico, histórico o simbólico. Y que puede ser incluso un árbol. Pensemos en el drago canario; o en la higuera homérica que en nuestros campos puede tener hasta cien horquillas para sostener la horizontalidad extrema de sus ramas que crean un auténtico bosque; o podría ser también Monumento Natural ese tremendo olivo de Peralta, n’España, que supera en el diámetro de su tronco los 15 metros. Y si se cataloga Monumento Natural, como se hace, el Arrecife Posidónico de Roquetes de Mar, más merecerían el título de Monumento Natural las Praderas Pitiüsas de Posidonia Oceánica, las más extensas y longevas que se conocen. ¿Y no podríamos considerar Monumento Natural la emergencia telúrica del Vedrà? Pues la verdad es que no. El Vedrà es un elemento natural impresionante que crea un paisaje espectacular, pero no es un monumento. En sentido estricto, el Monumento Natural no existe. Como no existe esa otra aberración que es el Monumento Nacional, expresión que se sigue utilizando para castillos y Paradores.

Recapitulemos: en el monumento y la escultura hay siempre una intencionalidad que la Naturaleza no tiene. Salvo, claro está, que caigamos en la sandez de argumentar que el hacedor de los paisajes es el mismísimo Dios. Una peligrosa afirmación porque ese mismo Hacedor sería también la causa de los volcanes, los terremotos y demás catástrofes naturales. Habríamos recuperado el demencial Dios diluvial que nos castiga con rayos y truenos. La diferencia entre el mundo natural y el artístico—monumental es categórica y sencilla: está en que las creaciones del mundo natural son necesarias y las del mundo artístico y monumental son fortuitas, fruto de la intencionalidad y la libertad de acción que tiene el escultor. Los cubos en que cristaliza la pirita son preciosos, pero no son una escultura, dependen únicamente de las leyes que determinan su cristalización. Nuestros paisajes pueden ser sorprendentes y atractivos, pero no tienen nada de monumentos ni tampoco de esculturas, a pesar de que, en ocasiones, como ocurre en las caprichosas formas del marés que configuran los meteoros, —el mar, las lluvias y el viento—, tengamos la tentación de ver en sus prodigiosas formas auténticas esculturas. Con buen criterio se creó hace ya algunos años, para sustituir estos malos inventos del ‘Monumento Natural’ y Monumento Nacional’, la figura de Bien de Interés Cultural (BIC) con el que ya nos vamos familiarizando.

Un patrimonio más que notable

Si caemos en la cuenta que son auténticos monumentos nuestras murallas, las torres costeras y prediales y las iglesias rurales; y que prácticamente todas nuestras esculturas —incluso el monolito dedicado a Julio Verne en La Mola— tienen un carácter memorial, concluimos que disponemos de un patrimonio monumental y escultórico más que notable, del que incomprensiblemente no hacemos gala. Y dado que hemos hablado de esculturas, insistiré en lo que más de una vez he pedido, recuperar en el Mercat Vell, en el entorno del Rastrillo, la figura de Antoni Marí Ribas, Portmany, un artista de grandísima talla que no hemos valorado como merece. Puede que sea por aquello de que nadie es profeta en su tierra, pero es una falta de reconocimiento que nos empobrece.

Suscríbete para seguir leyendo