Fernando Arrabal, hijo de Baal en Babilonia

«Si no existiera Arrabal, habría que inventarlo», José Agustín Goytisolo

Fernando Arrabal

Fernando Arrabal / Sergio Barrenechea/Efe

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

‘Baal Babilonia’ fue mi primera lectura arrabaliana. Veo que junto a los títulos interiores de la novela anoté ‘Ibiza, 83’, año en que Seix Barral publicó la obra en primera edición. Supongo que la compré en la librería Villar, en el carreró de la Xeringa. En aquellos días, muerto ya Franco, empezaban a recuperarse escrituras censuradas, pero, sin que se sepa por qué, Arrabal siguió siendo –y lo es todavía hoy- un autor ignorado, mientras en Francia, exiliado, ha recibido el aplauso por toda su prolífica obra, dramática, narrativa, ensayística, cinematográfica y poética. 

Arrabal tiene más de cien libros de poesía, ha dirigido siete largometrajes de culto y dos óperas, ha escrito estudios de arte con Dalí, Magritte, Topor, Baj, Saura etc., sus obras de teatro suman más de cuatro mil páginas y en 1969 fue el dramaturgo más representado en el mundo con 140 estrenos. Apabullante. Y nunca se mordió la lengua. Recuerdo el revuelo que armó en 1971 cuando le envió una carta a Franco, y no mucho después, otra a Stalin, y más tarde otra Fidel Castro y Aznar. 

El último gobierno franquista lo incluyó, junto a Carrillo, Líster y la Pasionaria, en la lista de los ‘enemigos públicos de España’. Sin Dios y sin amo, por insultos a la patria y por blasfemias, fue condenado a doce años y seis meses de cárcel, una sentencia a la que contestó cuando el juez le dio la palabra: «¡Continuaré sirviendo al arte y a la literatura españolas con mi obra poética, continuaré defendiendo la libertad!». 

Transgresor y disidente, con una mezcla muy suya de inocencia y mala leche, eternamente niño, Arrabal siempre ha proclamado a gritos la desnudez del emperador. Aún así, siendo un autor controvertido por tirios y troyanos, su obra se ha traducido a 37 idiomas, su reconocimiento es hoy internacional y no ha dejado de sumar distinciones, entre otras, el Premio Nabokov de novela, Premio Nadal 1983, el Grand Prix de Teatro de la Academia Francesa, el World’s Theater, el Premio Espasa de ensayo, Medalla de Oro de Bellas Artes, el Premio Nacional de Literatura, el Wittgenstein de filosofía, el Mariano Cava de periodismo, el Alessandro Manzoni de poesía, el Pasolini de cine... En 2010, el irónico Collège de Pataphysique parisino le distinguió con el título de ‘Sátrapa Trascendente’ –equivalente al Nobel de los raros-, distinción en la que le acompañan personajes como Marcel Duchamp, Ionesco, Man Ray, Boris Vian, Dario Fo, Baudrillard y Umberto Eco. 

Un autor ineludible

El caso es que Arrabal, aunque hoy siga prácticamente desconocido entre nosotros, es un autor ineludible al hablar de la cultura europea de la última mitad del siglo XX y lo que llevamos ya del XXI. Ante semejante cartel, el hecho de que en nuestro país le hayamos dado la espalda sólo puede deberse a que aquí hemos sido siempre cainitas en la cultura y demasiado propensos al sambenito.

En una entrevista que se le hizo en París el 2004, a la pregunta cariñosamente impertinente que le hace su amigo P. Hernúñez: «¿Cuál es tu primer acto rebelde, la meada que dedicaste a los viandantes desde la torre de la catedral de Ciudad Rodrigo o los efectos masturbatorios que te producían las letanías del rosario de familia?», Arrabal se pone serio: «Yo nunca me he sentido rebelde. Lo que yo mantengo es volver a los orígenes, la tradición sin traición. Si me llaman vanguardista es porque desconcierta que le escriba cartas a los muertos o cosas así. Lo que yo defiendo es un arte de vivir basado en dos pilares que explican el universo y el hombre: el azar (lo que hay hasta el presente) y la confusión (lo que hay a partir del presente). En ese intervalo entre azar y confusión, entre pretérito y pasado, tenemos un presente ‘inaprehensible’, un fugaz microsegundo en el que sólo está la memoria que define todas las cualidades humanas. La inteligencia es el arte de servirse de la memoria y la imaginación el arte de combinar los recuerdos. Más allá no se puede ir porque sólo hay confusión y perplejidad, la ambigüedad socrática que la física cuántica llama indeterminación».

De la provocación a la seducción

Han pasado los años y las lecturas del último Arrabal parecen confirmar que, tal vez cansado de la provocación y consciente de que hoy hay que andar pisando huevos, practica más la seducción, cosa que vemos en ‘Carta de amor’, -obra de catarsis en la que aparecen Guantánamo, Bagdad, las Torres Gemelas y Afganistán-, una seducción que ya se apuntaba en ´Picnic’, ‘Por un negro asesinado’ y en ‘Fando y Lis’. Pero no se trata, creo, de que Arrabal se haya ablandado. Sucede, eso sí, que competir hoy, ya mayor, con su propio prestigio imparable y polémico, es algo que con los años se hace más difícil. Parece inútil mantener el papel de egregio bufón. 

Llegados aquí, eludo dar una lista –que sería incompleta- de la voluminosa obra arrabaliana. Mr. Google la proporciona en Internet con una detallada biografía del autor que, por cierto, tampoco tiene desperdicio. Estoy convencido que, como en estas latitudes solemos hacer, le honraremos después de muerto. Será entonces, a título póstumo, cuando los titulares de los medios nos dirán que Arrabal ha sido el talento más grande de nuestro teatro. Celebraremos entonces su palabra magnética, su delirante verbalidad poética. Se le dedicaran reportajes en televisión, los teatros programarán sus obras y se formarán largas colas para verlas. Será la celtibérica celebración de exequias de quién en vida fue ignorado. Entonces lo reconoceremos como ‘nuestro’. De momento, el lector puede localizar sus últimas obras -‘Familia’, ‘Un gozo para siempre’ o ‘Sara y Víctor’, publicadas como algunas otras por su editor y amigo Raúl Herrero en la editorial zaragozana Libros del Innombrable. En todo caso, si tuviera que apostar por una de sus obras, sería ‘La torre herida por el rayo’ (1983), novela en la que, a través de un campeonato de ajedrez, Arrabal nos coloca frente a dos conceptos antagónicos del mundo y de la vida, una guisa de combate histórico y apocalíptico entre el Bien y el Mal, entre la razón el misterio. Y si algún lector se decanta por el teatro, se sorprenderá con ‘El triciclo’, donde aborda temas como la lucha por la supervivencia, la marginalidad de los códigos en una sociedad autoritaria, las desigualdades económicas, el sentido de la vida y la pena de muerte; todo ello con ecos del absurdo y con toques del humor hispánico de Tono, Jardiel y Mihura.