David Jou, cuando la ciencia es poesía

Un científico que sorprende por la singularidad de sus poemarios, que nos hablan de la secreta armonía del Universo

David Jou

David Jou / DI

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

Es evidente que, más allá de la ficción, hay literatura en la ciencia, la religión, la historia y la memoria. Hoy quiero hablarles de un científico, de reconocido prestigio pero poco conocido a pie de calle, que sorprende por la singularidad reveladora de sus poemarios que nos hablan de la secreta armonía del Universo, del mensaje que en su danza nos lanzan las esferas. David Jou es catedrático de Física de la Materia Condensada en la Universidad Autónoma de Barcelona, científico eminente y magnífico poeta que con sorprendente lucidez nos habla de los fascinantes y escurridizos aspectos en los que nuestro vivir tiene anclaje, el espacio, el tiempo, la materia, la gravedad, la energía, la mente … Y con él columbramos un poco mejor lo que hasta ahora era casi indecible y que si embargo nos afecta, el azar, la antimateria, el universo cuántico, la teoría de las supercuerdas, la gravedad… Jou nos lo sirve en bellísima y sencilla literatura, textos siempre inclusivos que encuentran complementariedad en detalles y elementos de la realidad que nos parecían irreconciliables. 

Traductor en nuestro país de Stephen Hawking, al que admira, le refuta que el universo surgiera espontáneamente de la nada, por azar o casualidad. Jou lo razona y llega a la conclusión de que cuando la ciencia se plantea las preguntas últimas –quiénes somos, de dónde venimos, qué hacemos aquí y cuál es el origen del universo-, acaba en elucubraciones como la deconstrucción del Big-Bang, los multiuniversos, las cosmologías inflaccionarias y la gravedad repulsiva-, construcciones mentales que se mueven en las trincheras de la física teórica y que, más que conocimientos empíricos constatables, son meras hipótesis y alucinada poesía. Jou, como científico y poeta, lo sabe bien. Viajar por el universo puede ser fascinante, pero tiene el riesgo de crear nuevas mitologías.

Lo cierto es que sabemos muy poco de nosotros mismos y que al mirar el oscuro cielo en una noche estrellada, lo único que sentimos es desconcierto, asombro y perplejidad. Jou nos dice que por más que llenemos papeles y pizarras de complejas ecuaciones, la realidad se nos resiste como un horizonte que nunca alcanzamos. No conseguimos explicar la inconmensurabilidad del Cosmos, ni que la vida pueda surgir de la materia inerte, ni que exista realidad fuera del tiempo.

Hoy nos preguntamos si algún día nos suplantará la Inteligencia Artificial, cuando lo cierto es que el más poderoso ordenador cuántico, aunque nos supere en cálculo y velocidad, seguirá a años luz de las conexiones neuronales de nuestro cerebro. La máquina seguirá siendo incapaz de sentir, de vivenciar la libertad, la alegría, la amistad y el amor. La misma ciencia reconoce que, en su complejidad, nuestro cerebro es comparable al universo. ¿Podrá, por otra parte, el superordenador de marras, funcionar sin que el hombre lo arranque y mantenga? ¿Podrán los ordenadores reproducirse y heredar el universo? Aquí caemos en el ámbito especulativo de las filosofías, las religiones y la ciencia-ficción. 

Inusual literatura

De todo ello nos habla David Jou en su inusual y muy oportuna literatura. Investigador de vanguardia, Jou es autor de centenares de artículos y ensayos de los que destacaría –los cito en catalán, como los conozco- ‘El laberint del temps’, ‘Déu, cosmos i caos’, ‘Matèria i materialisme’, ‘El temps i la memòria’, ‘Cervell i univers’, ‘Reescribir el Génesis’, etc., amén de una extensa obra poética con títulos como ‘L’èxtasi i el càlcul’, ‘La poesia de l’infinit’ o ‘L’huracà sobre els mapes’. Desde una impenitente curiosidad y una fascinación absoluta por la vida en toda su complejidad, Jou abre un diálogo que está en los límites del conocimiento y lo hace sin descarrilar, con concisión, rigor, sensibilidad y claridad, separando en este laberinto en el que estamos inmersos lo que de verdad sabemos y lo que aún desconocemos. Viajamos a la Luna, enviamos sondas que se pierden a miles de años luz en el espacio profundo y viajaremos a Marte, pero es como si saliéramos a la esquina de nuestra casa a comprar tabaco. Poco más. Con excesiva alegría y frecuencia, los modelos supuestamente científicos acaban sustituyendo al universo real en un vértigo incomprensible de ecuaciones opacas que juegan con miles de millones de años luz y parámetros en los que nos perdemos.

Jou se pregunta qué hacemos en una nave tan minúscula y frágil como la Tierra, perdidos en las simas de un espacio que ni tan siquiera somos capaces de imaginar. Jou se pregunta qué relaciones y paralelismos puede haber entre el universo ‘interior’ de nuestro cerebro y el universo ‘exterior’ del cosmos. Y su reflexión se convierte en un viaje fascinante, en una peregrinación intelectual de alto voltaje y apasionante. Al fin y al cabo, no parece irracional imaginar que la entidad minúscula y efímera que somos tenga una estrecha vinculación con el Todo, y que nuestra insignificancia pueda ser significante y tener ‘sentido’ en la globalidad de lo real.

Siendo como soy, un no creyente al que le gustaría que Dios existiera, me intriga el críptico texto del ‘Apocalipsis’ al que Jou se asoma y la expresión bíblica «a imagen y semejanza» que el Génesis establece entre lo humano y lo divino. En cualquier caso, la ciencia y la poesía coinciden en que los humanos somos ‘polvo de estrellas’ que explosionaron y esparcieron sus átomos por las galaxias, de ahí que estemos unidos a un cosmos cuyas constantes físicas tienen que estar sintonizadas con extraordinaria precisión para que podamos existir. Jou se pregunta si no somos la consciencia del cosmos. Porque si es así, en nuestra vida se da una dimensión cósmica esencial y no existe el ‘abismo’ que creíamos existía entre cosmología y antropología. Un abismo sobre el que la ciencia, poco a poco, tiende puentes. Sentirnos así, vinculados a la totalidad como Jou indaga, es una experiencia intensa que, una vez sentida, marca poderosamente nuestra interpretación del mundo y de la vida.