Entrevista | Aina Tarabini Socióloga

Aina Tarabini, socióloga: «No hay relación entre las nuevas metodologías y la bajada de nivel»

La mallorquina, profesora e investigadora en la Universitat Autònoma de Barcelona acaba de publicar, junto a Judith Jacovkis, el trabajo Perdidos por el camino: desigualdades en las transiciones educativas después de la ESO, editado por la Fundació Bofill. Han entrevistado a jóvenes para analizar cómo toman las decisiones al acabar la etapa obligatoria y confirma que, como sucede con todos los indicadores educativos, la inequidad atraviesa ese momento clave.

Tarabini, fotografiada  en Barcelona.  | ZOWY VOETEN

Tarabini, fotografiada en Barcelona. | ZOWY VOETEN

¿Qué perfil predomina entre esos alumnos que ‘se pierden’?

Tanto en lo que son transiciones educativas como en cualquier otro indicador hay un perfil social determinado porque hay un efecto muy importante en clave de desigualdad social. A menor capital económico, cultural, social... más probabilidad de perderse. Hay más probabilidad de abandonar los estudios entre las familias de clase trabajadora, de origen migrado y entre los chicos. Ahora, esto no nos tiene que llevar a un discurso determinista y mucho menos acusador hacia la persona en vulnerabilidad. No es por su culpa ni por características intrínsecas de estos colectivos, el sistema educativo reproduce las desigualdades sociales.

La mallorquina 
es profesora de 
Sociología en la 
Universitat Autònoma de Barcelona.    | ZOWY VOETEN

La mallorquina es profesora de Sociología en la Universitat Autònoma de Barcelona. / Zowy Voeten

¿Es posible que la escuela acabe con esa desigualdad?

Es deseable y posible. Por ejemplo, con el capital económico: si tú tienes una oferta de educación postobligatoria, como la FP, y no tienes oferta pública suficiente, pues esto explica que unos jóvenes puedan seguir estudiando y otros no. Esto se puede combatir con más oferta pública de FP o con un sistema de becas bastante potente para cubrir no solo la matrícula sino por ejemplo los costes del desplazamiento. Otro ejemplo: el capital social. Siempre es más fácil hacer un Bachillerato ya que en la mayoría de casos está en el mismo centro y la oferta es más sencilla. En cambio, en FP hay un montón de familias profesionales, no están distribuidas equilibradamente en el territorio, no siempre sabes cuáles son los criterios de acceso... Tener redes informacionales o no es un elemento potentísimo de desigualdad social también. Hay que clarificar el acceso y orientar y acompañar a todos los jóvenes y a sus familias para entender el mapa de la oferta postobligatoria.

¿No se elige en igualdad de condiciones?

No. Además, el Bachillerato sigue teniendo más prestigio que la FP: hay una razón histórica; otra vinculada al mercado de trabajo (qué trabajos tienen más prestigio y más salario); y una a nivel social, ya que el conocimiento asociado a lo teórico y no a lo práctico se considera más valioso. Alumnos y profesores explican que al ‘buen alumno’ que saca buenas notas (concepto que debemos repensar) se le recomienda Bachillerato y, si es posible, el Científico. Si derivamos a FP al que creemos más flojo académicamente, se hace difícil que se elijan en positivo FP. Además en ESO el conocimiento manual brilla por su ausencia: ¿cómo eliges algo que no has experimentado? Hay que ampliar las oportunidades de experimentación competencial. Y hablo también de la música, de la danza... Las elecciones se hacen también según la identidad que te has construido como estudiante: ‘bueno’ o ‘malo’, de letras o de ciencias...

¿La escuela ya no es ascensor social?

Sería injusto pensar en la escuela fuera de su contexto. La escuela ha tenido un papel fundamental de movilidad social ascendente para muchos individuos y grupos y sería injusto decir que hoy ya no sirve. Pero esto no se puede entender al margen de contextos sociales, históricos, políticos.... No podemos renunciar de ninguna manera al rol de la escuela como ascensor social. Ahora, ¿qué escuela y en qué sociedad, en qué mercado de trabajo y con qué expectativas? Si los jóvenes hoy perciben que con la educación no tendrán recorrido laboral ni proyecto de vida y en cambio sí ven modelos de éxito rápido en redes, pues esto condiciona sus imaginarios y sus elecciones.

Se ligan las altas tasas de abandono en Balears a la facilidad de encontrar un trabajo en el sector turístico, pero ¿se nos olvida que Balears tiene una de las tasas más altas de pobreza infantil ?

Efectivamente. Es imposible aislar un análisis escolar de un análisis social en contextos como unos niveles de pobreza escandalosos, como en Balears. Hoy se habla del nivel como algo desconectado del entorno, pero cuando tu familia no puede llegar a final de mes se genera un malestar que atraviesa tu forma de estar en el mundo y en la escuela. Ya no solo es tener que salir del sistema para trabajar, es una cuestión previa de cómo sostener unas mínimas condiciones de ‘educabilidad’ para estar en la escuela con toda tu persona y tu mente. Y las situaciones de pobreza además enferman. Hablamos de las emociones como si fueran una cosa individual pero cada vez está más claro que las depresiones y las ansiedades tienen una base social muy fuerte, que claramente repercuten sobre los niños y sus posibilidades de estar bien en la escuela.

Se ha potenciado la FP, pero luego no hay plazas para todos, ¿cómo combinar oferta, demanda, motivación del alumnado e inserción laboral de cada ciclo?

Hay que ampliar la oferta pública de FP porque sino hacemos un discurso contradictorio. Estimulamos al alumno para que haga FP y después que el alumno no puede hacer el ciclo que quería, acaba en Bachiller y abandona los estudios. Ahí hay otro debate: la gran ruptura que hay entre FP y Bachillerato. Yo apostaría por un modelo más híbrido de postobligatoria.

¿Los alumnos perciben cuando un profesor los da por perdidos?

Evidentemente. Un docente de Secundaria no es solo una persona que sabe de su materia, es una persona preocupada por el desarrollo integral de los jóvenes y los acompaña intelectual, social, emocional y vitalmente. Los docentes tenemos creencias y estereotipos, somos parte de la sociedad, y por eso es imprescindible hacer una práctica docente reflexiva y colaborativa y nos preguntemos sobre nuestros sesgos. El efecto Pigmalión es real: la confianza, el percibir que el profesor cree en ti, es fundamental para el éxito educativo.

Aboga por una nueva identidad docente, ¿por dónde iría?

El docente es alguien que no solo se encarga de transmitir conocimientos y esto implica repensar cómo es la formación y las condiciones de trabajo en los centros. El profesorado se queja de falta de tiempo para pensar, algo que necesita para ser agente de cambio, además de generar equipo. Hay que permitir el trabajo conjunto en los centros para que los docentes no sean solo los ejecutores de unas políticas pensadas por otros.

Defiende que los docentes han de cuidar su alumno, pero ante el aumento de necesidades, como los problemas de salud mental infantojuvenil, ¿están desbordados?

Cuidar al alumno no es un añadido a la tarea docente, es su función central. El docente ayuda a los jóvenes a desarrollarse como ciudadanos del mundo. Ahora, con el nivel de complejidad social actual, necesita alianzas con el entorno y otros agentes. Los claustros tendrían que sumar psicólogos, educadores sociales, trabajadores sociales...

El docente ha de cuidar, pero ¿la sociedad cuida a los docentes?

Se tiene que hacer cierta refundación del significado de la escuela en el siglo XXI y también del rol del docente. La escuela nunca ha tenido como única función la transmisión de la información (aunque a veces se quiera hacer creer que sí), siempre ha sido una institución social que también tiene por función la socialización y la creación de personas. En la situación actual (con redes sociales, de ChatGPT...) hay este abismo de qué hará la escuela, pero los jóvenes siempre han aprendido de otros lugares, lo que se pone de manifiesto ahora de forma muy clara es que la centralidad de la escuela no es solo ni prioritariamente transmitir información. En la escuela se tiene que aprender, per su centralidad es ayudar los jóvenes a entender y a conectar la información. En un contexto social con riesgos al alza (con la extrema derecha, las guerras, el machismo, la salud mental...) la escuela tiene que ser el espacio donde aprendamos democracia, es más necesaria que nunca. El desconcierto viene de un contexto muy tensionado, lo que genera confusión con la profesionalidad docente.

¿Hay que replantear el papel de los orientadores?

Hay que aumentar su presencia con más horas, más tiempos y funciones más claras, pero también hay que potenciar la acción de los docentes como tutores. Algunos centros ya lo hacen, se organizan para que casi todos hagan de tutor de un grupo reducido de alumnos.

Crecen las críticas a las nuevas metodologías, acusando a la escuela de haberse olvidado de su función de enseñar por centrarse en otras cosas, como la educación emocional. ¿Qué opina?

Es falsa esa relación entre bajada de nivel y nuevas metodologías. No hay ningún estudio que lo demuestra, piensa que mayoritariamente los centros continúan aplicando viejas metodologías. La metodología está en función del proyecto y se va cambiando. También es falaz el debate del bienestar emocional. Todo centro tiene que articular exigencia académica con acompañamiento personal. Elegir una cosa u otra es una falacia y me parece una ofensa decir que la escuela pierde su función de enseñar porque cuida.

Estas voces críticas alertan de que los alumnos vulnerables son los más afectados, al no poder recibir estímulos extra fuera.

Obviamente, los alumnos tiene que aprender en la escuela y sobre todo los que tienen menos oportunidades de hacerlo fuera. Pero es que también es un discurso falaz: las competencias no son lo que dice la OCDE. Un alumno competente es el capaz de movilizar los conocimientos para hacer cosas. Entonces, es evidente que sin conocimientos no puedes ser competente.

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