Opinión | Desde la Mola

Lágrimas y sonrisas (o al revés)

Benditos casales y abuelos que han sustituido a las abnegadas madres

Martes del Carmen a eso de las nueve y media de la mañana. Salida del “análisis” semanal en Radioilla de Formentera “para mayores y pequeñitos” que diría el añorado Pepe Iglesias “el zorro”. No hemos hablado de Córdoba, ni de Compromís, ni de los unos y los otros. Nos hemos centrado en la “semana negra”, en lo que a violencia de género se refiere. Siempre he dicho que me gustaría invertir los términos. Primero que se suiciden y después traten de hablar (no agredir) con su pareja o expareja. Hoy tendríamos cinco mujeres más en este mundo. Hemos hablado del atentado contra Trump y sus repercusiones en USA (no hay un candidato con “cara y ojos” en el Partido Demócrata que quiera sustituir a Biden, después de) y las consecuencias geopolíticas de su eventual elección como presidente para el ciclo 25-29. ¡Tela marinera! La Unión Europea y sobre todo Ucrania, temblando como si vieran una de Hitchcock en cine de barrio sin Sara Montiel. A la salida del desaguisado radiofónico (con más abucheos que aplausos, imagino) una escena enternecedora. Un chiquillo (de los de veraneo en el casal) en el suelo junto a su progenitor, llorando con lágrimas de cocodrilo, mientras el padre en ejercicio, trataba de convencerle que lo mejor, para un día del Carmen (la virgen marinera) era acudir al casal donde se juntaría con amigos de juegos, monitores/as preparados para animar el espíritu, incluso el aventurero, de infantes (lo de las infantas es otra crónica). Toda una retahíla de buenas intenciones que afectaban (visto lo visto) en poco o en nada a la convicción del niño, que para sus adentros pensaba que en casa o durmiendo estaba mejor que dándole a la pelota o haciendo castillos de arena sin playa en la que bañarse. La escena me lleva a más de “sesenta años ha” (la España de los Botejara) donde desde el mismo San Juan (fin del año escolar) nos íbamos en tren con trasbordo en Sagunto, taxi contratado (se averiaba a la altura de Aldea a orillas del Ebro) o autobús de a más de doce horas para cuatrocientos kilómetros, merienda de tortilla de patatas con cebolla (costumbre que ha llegado hasta nuestros días, afortunadamente). Tres meses de juegos, baños en el río, fiestas patronales, travesuras infantiles, sexología de pueblo, naturalismos (guardar las ovejas, dar de comer a algún asno del vecino, etc) fumar a escondidas. Benditos casales y abuelos que han sustituido a las abnegadas madres de entonces y resuelven resignados lo de la conciliación familiar.