Opinión | Para empezar

Los Klotz y el otro turismo de calidad

Sí, hay otro turismo de calidad y ni es necesariamente carísimo, ni de lujo, ni elitista. Viajé hace unas semanas al Sud Tirol, que aunque esté en Italia parece Austria porque se habla poquito italiano. Estuve alojado en el hotel de la familia Klotz. Mi habitación daba a una terraza desde donde se veía un prado en el que correteaban los caballos, una estampa tan bucólica y tirolesa que sólo faltaban en ella Heidi y Niebla retozando. Disponía de piscina climatizada, sauna y aparcamiento (que por allí es como tener un tesoro), pero lo que me sorprendió fue la cena, que estaba incluida en el precio de la estancia (como el desayuno): sólo 93 euros. En las mesas, la propietaria depositaba cada tarde (cenan pronto) una cuartilla con el menú de cada día (siempre distinto), cuyo diseño preparaba con tanto esmero (incluía la previsión meteorológica) como la deliciosa comida que elaboraba la cocinera. El menú consistía en cinco platos, cinco, sí. Cada cena se convirtió en un festival gastronómico. Ahí van algunas delicias que probé: Zuppa di vino blanco, zuppa di paprika, farfalle al tonno, spezzatino di manzo Strogonoff, riso allo zafferano, ossobuco, ratatoille, soufflé di spinaci con salsa di parmigiano, ravioli ripieni di funghi con parmigiano e burro fuso, torta di fragole, pana cotta alla menta con salsa di kiwi… Cuando contraté la estancia meses antes (que incluía sí o sí la cena) no imaginaba tal deleite para el paladar. De hecho, incluso busqué alternativas por si era intragable. Pero no. Caí rendido a los pies de la cocinera: todo es exquisito, para llorar de placer, le confesé cada noche, elogios ante los que se ruborizaba. Por las mañanas, el también pantagruélico desayuno incluía café (maravillosos sus cremosos dobles expresos), que los italianos (aunque sean medio austriacos) hacen bueno hasta en los MacDonald’s, doy fe. Me hizo pensar en la deriva de los precios de los hoteles y restaurantes de Ibiza, en esa boba y esnob carrera por el más caro todavía, como si en lo que cuesta el alojamiento o un menú se encontrara la llave de la felicidad. Pero no, la clave es que te sientas como en casa, en el trato. Los Klotz lo saben. Y, ay, cómo guisan.

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