Opinión | Para empezar

Con el coche hasta la puerta de casa

El Consistorio de Sant Josep ha empezado a instaurar (a medio gas) en Sant Jordi la zona azul para que el pueblo no sea utilizado como aparcamiento disuasorio por quienes tienen que coger un vuelo en es Codolar. Se quejan los vecinos, trabajadores y clientes de los comercios de que, por ese motivo, hasta ahora era difícil estacionar en el pueblo. En efecto, era muy complicado encontrar una plaza a la puerta de los negocios de la arteria principal, pero también es cierto que sobran aparcamientos en los aledaños, dentro de la localidad. ¿Cuál es el problema? Que están a 250 metros del centro, por lo que hay que andar dos minutos para llegar hasta allí. Terrible. Hay, además, un aparcamiento disuasorio situado junto al hipódromo que durante la semana laboral está casi vacío. Se encuentra sólo a 400 metros (unos cuatro minutos andando) del núcleo urbano, pero, eso sí, tiene una pega: no hay un paso de cebra ni un semáforo para acceder a él.

A mediados de los 90, una amiga iba siempre en coche desde su casa (en ses Figueretes) al trabajo (en la avenida Isidor Macabich), distante apenas 900 metros. Las pasaba canutas para aparcar, tanto al ir como al volver a su hogar, pero nunca renunció a su turismo. Nunca fue andando, aunque esa distancia la podía cubrir en apenas 10 minutos. En la misma época, otro amigo hacía lo mismo para ir a diario desde es Pratet a la avenida de España, donde trabajaba: ambos lugares distan 500 metros, lo que supone unos cinco minutos a pie. Se quejaba de la dificultad para estacionar (al ir y al volver), a pesar de que en esa época había en la isla unos 60.000 vehículos, 100.000 menos que los que circulan actualmente. También vivía entonces menos gente en Ibiza: la isla tiene ahora 70.000 habitantes más. Pasan los años y no desistimos de usar el coche para desplazamientos ridículos ni de aparcarlos a la puerta de nuestra casa o del trabajo. Es una extravagancia poco práctica a la que, no sé si por cuestiones genéticas o porque ya forma parte de nuestra idiosincrasia, no renunciamos, aun a costa de sus evidentes perjuicios. 

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