Opinión | Tribuna
Yo, mí, me, conmigo
El tópico del ‘carpe diem’ acompañaba antes al ‘memento mori’
Tú eres lo más importante. Quiérete. Mímate. Compra, consume, porque tú lo vales. Amparados por tanto psicólogo incompetente (hay muchos competentes, pero no nos interesan), vamos por la vida evitando el dolor, o sea, evitando la propia vida. Si algo te molesta o te cuesta trabajo, aléjalo. Huye entonces del amor, de la amistad, de los hijos. Ten un perro, o mejor, no tengas nada. Conviértete en el centro de tu propia existencia. Si pasas mucho tiempo sin ver a un amigo, será por algo. No te gustará, no te aportará nada nuevo. Los amigos de la infancia no tienen por qué acompañarte en tu edad adulta. Aprende a decirles adiós, como a tus pertenencias, al estilo Marie Kondo. Agradece los servicios, inclina la cabeza y hasta más ver.
Lo mismo con el amor. Si en tu estómago no hay sobrepoblación de mariposas a cada instante, es que ese enamoramiento no merece la pena. Es mentira que la pasión sea efímera, se puede mantener la llama a costa de quemarse en la búsqueda de continuas nuevas parejas. Porque tú lo vales, y eres lo primero. Si te causa sufrimiento visitar a tu padre enfermo o mayor, no vayas. Céntrate en lo importante: el autocuidado. No tenemos hijos porque no podremos ocuparnos de ellos, si necesitamos nuestro tiempo, nuestro sábado noche, nuestra juventud Peter Pan que se alarga hasta una vejez que no tememos porque somos inconscientes.
El tópico del carpe diem acompañaba al memento mori cuando aún éramos sensatos y no nos tragábamos la imbecilidad publicitaria de que los cincuenta son los nuevos veinte. Adolescentes perpetuos, niños mimados, críos consentidos, no sabemos gestionar nuestras relaciones porque no admitimos ni la frustración ni la duda. Podremos perseguir la pasión, pero no la alcanzaremos nunca, porque enamorarse también significa sufrir, ponerse en el lugar del otro, eso tan extraño en estos días. Nada humano me es ajeno, escribió Terencio. Ahora que todo lo humano nos resulta un artificio, somos más débiles que nunca, más falsos bajo los focos de una perpetua exposición. Nuestros mayores están solos, nuestros hijos no saben en quién apoyarse, también ellos preocupados de sí mismos, con más justificación por su edad, con menos armas ante un mundo que nos quiere egoístas. Nuestras parejas duran lo que dura el interés, los amigos vienen embalados como paquetes de Amazon para abrir según en qué etapa. Alejados del dolor, de la muerte, de la vida, no estamos solos, estamos con nosotros mismos, la peor compañía posible en estos tiempos inciertos.
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