Opinión | Tribuna

Compañero activista, no seas clasista

Cuando el activismo de izquierdas (feminismo, ecologismo, pro justicia social, vivienda…) se olvida de la tierra que pisa y deviene cuita partidista, el mensaje se emponzoña

El movimiento vecinal fue determinante entre los años 60 y 80. Un pilar fundamental de la lucha antifranquista y una palanca por la mejora de las condiciones de una parte importante de la población. Desde la exigencia de viviendas dignas hasta la reivindicación de centros médicos, iluminación en condiciones, asfaltado de las calles en los barrios de aluvión y, por supuesto una escuela pública en catalán, instrumento fundamental para la integración de los hijos de la inmigración. Entonces, las reivindicaciones eran compartidas por cientos de miles de personas que tenían mucho que ganar. Esa unión hizo la fuerza.

Tendríamos que dar un salto en el tiempo y viajar a la España del 15M para volver a ver el tablero político zarandeado por las grandes movilizaciones. «No es una crisis, es una estafa» gritaba la calle, mientras los desahucios salvajes y los recortes declaraban la defunción del ‘España va bien’. Durante aquellos días, las redes sociales jugaron un papel importante en la movilización, pero las plazas fueron epicentros y motor de la agitación. Hoy, el papel de las redes presenta más sombras.

La voracidad e inmediatez con la que nuestro dedo se desliza por la pantalla premia los mensajes más simplistas y provocadores. La demagogia, la agresividad y la negatividad se imponen creando un clima de indignación, pero también de impotencia. Triunfa una protesta con sordina. Un puñado de mensajes retuiteados en unos segundos y la desazón pegada al ánimo.

Para que una causa triunfe, no basta con la emoción. Debe haber unas razones fundamentadas que la motiven, un agravio ampliamente compartido y, sobre todo, un conocimiento de la situación política y psicosocial. Solo así se puede diseñar una estrategia, desterrando la impulsividad y el simplismo. Un ejemplo trágico del error en la evaluación fueron las primaveras árabes. De algún modo, también las grandes movilizaciones del procés. De la esperanza a la frustracción, pasando por el ilusionismo.

Las redes sociales como succionadoras del ánimo, también como provocadoras de burbujas particulares. Uno de los reproches más marcianos a las nuevas propuestas del Ayuntamiento de Barcelona en el tema de vivienda es el de haber actuado como reacción a las «críticas» a la exhibición de la F-1 en el paseo de Gràcia. ¿Sí? ¿De verdad? ¿Críticas a un evento que entusiasmó a 38.000 personas? A veces, levantar la mirada de la pantalla permite ver la realidad.

Cuando el activismo de izquierdas (feminismo, ecologismo, pro justicia social, vivienda…) se olvida de la tierra que pisa y deviene cuita partidista, el mensaje se emponzoña y desorienta a la ciudadanía. Demasiado a menudo se tiende a impartir doctrina desde la atalaya intelectual y la pureza moral. El riesgo es elevado. Resulta demasiado fácil provocar la sensación de exclusión, incluso de humillación entre la ciudadanía que se trata de convencer. Un riesgo para la propia supervivencia del activismo, superado por un discurso ultraderechista que propone recetas simples, inmediatas y, por supuesto, falsas.

Suscríbete para seguir leyendo