Opinión | una ibicenca fuera de ibiza

Encore

Hice lo que tenía que hacer que fue lanzar una china en los grupos de WhatsApp de mis amigos en Madrid. Pero nadie la recogió. Todo lo contrario al consenso que me encuentro en los conciertos de Nuria Zamora. En cambio, por encima de mi entusiasta invitación al de ‘El Boss’, rodaban estepicursores (esas bolas de matojos que recorren los desiertos). No la vi venir, se lo confieso, y la respuesta me llegó desde Ibiza, cuando mi amiga Carmen, que anda rejuveneciendo a un ritmo aproximado de dos años al mes, me llamó emocionada para decirme: «¡Acabo de hacer una locura! ¡No te lo vas a creer, he comprado entradas para ir a ver a Bruce Springsteen!». Grito al que sumé el mío: «¡Claro que me lo creo, porque yo también!».

Como enésima prueba de que las amistades se cosen de hilos invisibles, además, ambas para el mismo día. No era fácil. Los titulares de ese pasado noviembre daban buena cuenta del éxito de convocatoria: «100.000 entradas vendidas en una hora para los dos conciertos de Madrid y anuncio de un tercer concierto», «350.00 entradas vendidas entre Madrid y Barcelona para los tres conciertos en el Cívitas Metropolitano y los dos del Estadi Olímpic, donde ya llenó el pasado mes de abril».

A ver, yo no era fan de Springsteen y mi amiga ibicenca tampoco, me consta. Porque soy de letras, sobre todo, ¿fanática yo? «Que actúa con fanatismo» en la primera acepción de la RAE, «preocupado o entusiasmado exageradamente por algo». Cualquier cosa que acabe en «exageradamente por algo», lejos de representarme, me asusta. Pero la culpa no es del sentimiento, sino del mismo diccionario que en su versión en inglés, define al mucho más extendido ‘fan’ (acortamiento de fanatic), «Admirador o seguidor de alguien», «Persona entusiasta de algo». Es que no hay color.

Pero tampoco cumplía los requisitos de admiradora, seguidora o entusiasta del cantante. Yo había decidido que iría precisamente al ver al matrimonio Obama y los Spielberg en Barcelona para ir al concierto del año pasado. Michelle Obama y Kate Capshaw dejarían a sus maridos con las cervezas para unirse a Patti Scialfa —mujer de Springsteen desde hace 33 años y miembro icónico de la E Street Band que acompaña al cantante— para hacer juntas los coros de ‘Glory days’. ¡Y cómo se lo pasaban! ¡Y ese público! Muchos sobrepasando los 74 años del cantante, diciendo con esa sonrisa pintada en la cara: «El mejor concierto de mi vida». Personas, precisamente, ¡que han vivido tanto! Así que envidia sana, curiosidad, quizá, quién sabe... hasta ganas de vivir, pero me planté en noviembre frente el ordenador dispuesta a hacerme con una de esas codiciadas entradas para Madrid o Barcelona.

350.000 personas con el corazón en un puño cuando anunció que cancelaba sus conciertos de Marsella, Praga y Milán por indicación médica por problemas con su voz, pero confirmando que retomaría su gira europea en España y prometiendo a los países damnificados que «volveremos para ofreceros el espectáculo de vuestras vidas que os prometí». «El espectáculo de vuestras vidas» se parecía mucho a «El mejor concierto de mi vida» de aquel señor de Barcelona y a lo que viví entre los fans —que no fanáticos—. Colas para hacerse con una camiseta para la colección. Mientras Carmen estaba con Ángeles —venida desde Valencia— en una zona del estadio, yo conocía en otra a dos Marías; una, nueva, como yo y que como yo había comprado su entrada sin saber muy bien por qué. En cambio, la otra, curtida en conciertos y camisetas. Esta era el número quince y me hablaba con devoción de Bruce (que ya no Springsteen), desde aquel primer concierto en el que acompañó a su hermana y ‘El Boss’ al pasar les dio la mano. Me contó esas historias en las esquinas de las canciones que solo saben quienes saben todo. Me habló de por dónde entraría y saldría, cuándo haría un solo, cómo y cuándo regalaría armónicas y púas en esta solo en apariencia gran improvisación de tres horas de duración. Tres horas asistiendo hipnotizada del fabuloso espectáculo de más de 50.000 personas ondeando al unísono los brazos como una gran ola que sale del corazón.

En una entrevista a Rolling Stone el cantante dijo: «Tengo la sensación de que, la noche en que miras a tu público y no te ves a ti mismo, y la noche en que el público te mira y no se ve reflejado en ti, es que todo ha terminado». También que «No salimos a escena a pasar el rato sino a tocar el más grande concierto que jamás hemos tocado». Y doy fe de ese compromiso y esa generosidad en las 24 canciones del setlist (o lista de canciones) y los 7 de lo que aquí llamamos bises, pero como soy de letras quiero quedarme con el idioma de la banda, el inglés, muy bien adoptado del francés: encore (aún, de nuevo, todavía), proveniente del latín hinc ad horam «desde entonces hasta ahora». Lo que ocurre es, como enésima evidencia de que las historias se cosen de hilos invisibles, que al gritarlo el público lo que escucha un ibicenco es: «en el corazón».

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