Opinión | Tribuna

Life is a beach

Me turba mucho tener que explicar algo como si estuviera justificado lo incierto. Cansa. Pero este individuo viene de Venezuela al Hostal Mar y Sal en Ses Salinas y sigue defendiendo la incredulidad de que aquella zona sea zona protegida y catalogada como Parque Natural. Se basa en la posibilidad de que dejen que haya una discoteca con la barbaridad de contaminación sonora y, por supuesto, de infinidad de movilidad de «carros» (aka coches). También le vuela la cabeza que esté pegado a un «aeropuerto», dice que eso da para chiste. No sé qué broma se puede hacer de algo así, pero él se está riendo. Me agobia. ¿A quién se le ocurrió poner un aeropuerto a lado de un parque natural o al revés a quien se le ocurrió poner el parque a lado del aeropuerto? (Si que suena a chiste). Luego de sorber el expreso, me increpa con los ojos alborotados que quién es el gestor de aquel programa de reservas naturales que permite motos de agua o cientos de barcos fondeando con el impacto ambiental que eso significa. Yo le replico con que cientos de barcos son pocos, más bien son miles. De hecho, desde el puerto de Ibiza a la playa de Ses Illetes en Formentera hay doce millas. Le llaman las «doce millas de oro». Este nombre es porque ese recorrido es la ruta con más tránsito de barcos por densidad espacial del mundo en los meses estivales. Del mundo, le reitero, ya que le veo algo aturdido. Es decir, ¿que esas doce millas de oro, ese paso de miles de embarcaciones con sus respectivos gases nocivos, que vierten desechos químicos y agentes altamente contaminantes pasan de lleno atravesando el Parque Natural de las islas de Ibiza y Formentera? Me pregunta con retintín. A mí ya digo que me da una pereza horrible pretender defender un argumento inexistente. Siento una motivación decreciente, como decía el sabio. Pero afirmo con la cabeza. El individuo de Venezuela, que es capitán de barco, ha navegado el mar Caribe, cruzado el canal de Panamá y ha podido surcar el Océano Pacífico en multitud de coordenadas. Sigue impasible en su ánimo de derrumbarme como si yo tuviera algo que ver con ese parque natural. Como si yo hubiera permitido que esa aberración se diera. Como si yo de alguna manera también fuera participante y responsable de esa circunstancia. Me levanto de la mesa medio mareado por la inundación de mensajes acusadores. Y le espeto que, para su información, además de todo eso, también el parque natural de Ibiza y Formentera tiene multitud de parkings llenos de «carros». De hecho, miles y que es un «negociazo» y que, como ha visto, la misma playa es una «party» en sí misma cada día de verano, con varios beach clubs con la música generando contaminación acústica que espanta a las aves, con miles de personas deteriorando el entorno porque son turistas y todo se les permite mientras tengan la billetera llena. El individuo de Venezuela ya no sonríe, sino todo lo contrario, y me mira como con pena. Me pregunta: ¿Y no hay nadie que haga algo al respecto, algún grupo ecologista o partido político que sienta la necesidad de responsabilizarse? Mi respuesta es muda pues se queda en un mero pensamiento, me da como vergüenza abrir la bocaza para decirle que aquí los movimientos eco friendly se dedican a hacerse selfies y a almacenar seguidores en redes, en otros términos, que no dejan de ser unos superfluos e ineptos. Y así el individuo de Venezuela sorbe el último trago d expreso, se levanta, me pone la mano en el hombro, me mira con tristeza y me da ánimos. Eso ya me jode, me duele, me afecta y mucho. Life is a beach.

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