Arte

El galerista Howard Greenberg, en Ibiza: «A diferencia de la pintura, todos sabemos reconocer una buena fotografía»

La historia de amor del marchante estadounidense con la fotografía, que dura ya más de medio siglo, arranca con una Pentax Spotmatic 

Howard Greenberg, ayer en Galería Tambien, hace una fotografía durante la presentación de la muestra.

Howard Greenberg, ayer en Galería Tambien, hace una fotografía durante la presentación de la muestra. / Daniel Espinosa

Maite Alvite

Maite Alvite

Antes de convertirse en uno de los coleccionistas y galeristas de fotografía más destacados del mundo, Howard Greenberg (Nueva York, 1948) trabajó como fotógrafo. Lo cuenta en Galería Tambien, durante la presentación de la exposición que reúne una selección de su extenso fondo fotográfico que han realizado Jorge Fernández y Natalie Rich, los fundadores de este espacio expositivo de Santa Gertrudis.

Greenberg comenzó en el oficio después de dejar la carrera de Psicología. Todavía recuerda su primera cámara, una Pentax Spotmatic, que le abrió las puertas a una pasión que desde entonces no ha abandonado. «Enseguida me di cuenta de que era a la fotografía a lo que quería dedicarme y con ayuda de algunos talleres y de un buen amigo que era fotógrafo empecé a formarme», relata.

Nacido en el barrio de Brooklyn, en Nueva York, en 1972 decidió mudarse a Woodstock y allí empezó a trabajar como fotoperiodista para el diario local, Woodstock Times, donde estuvo aproximadamente cinco años. También hizo trabajos para reconocidos periódicos, entre ellos «The New York Times o The Washington Post». «Como en aquellos años no tenía mucho dinero y tampoco ganaba demasiado con el fotoperiodismo lo compatibilicé con la fotografía de arte y me convertí en un especialista en retratar pinturas y esculturas», cuenta.

Al mismo tiempo empezó a cultivar su afición por coleccionar fotografías, en unos tiempos en los que era fácil adquirirlas a buenos precios, ya fuera en subastas o en mercadillos. Experto en encontrar buen material también en desvanes y viejas casas, su afán le llevó a descubrir y poner en valor a artistas que ahora se consideran leyendas de la fotografía, como es el caso de Joel Meyerowitz, que forma parte de la exposición ‘Howard Greenberg Tambien’, en Santa Gertrudis.

La creación CPW

Cuenta Greenberg en el repaso de los inicios de su trayectoria profesional que en 1977 creó The Center for Photography at Woodstock (CPW), una organización artística sin ánimo de lucro que pretendía apoyar a los artistas que trabajaban en fotografía y mostrar al público sus creaciones. «Teníamos una galería y una escuela, organizábamos talleres de verano, publicábamos catálogos e invitábamos a fotógrafos famosos a dar charlas», detalla el marchante americano sobre esta entidad que muy pronto «se convirtió en un lugar de reunión para los profesionales de este sector».

Howard Greenberg con el cartel de la exposición.

Howard Greenberg con el cartel de la exposición. / Daniel Espinosa

Greenberg dirigió CPW hasta 1981, cuando lo dejó en manos de otra persona y abrió su primera galería comercial de fotografía también en Woodstock. En sus inicios la bautizó como Photofind Gallery puesto que era a lo que se dedicaba, a encontrar material fotográfico. Mientras la galería estuvo en esta localidad del estado de Nueva York, entre 1981 y 1986, la mantuvo abierta seis meses al año. «En invierno me dedicaba a recorrer ciudades como Chicago, Los Ángeles o Boston con el equipaje lleno de las fotografías que había encontrado para mostrarlas a curadores de museos y coleccionistas», relata.

Un hito para la fotografía

Greenberg forma parte del pequeño grupo de galeristas, comisarios e historiadores responsables de la creación y el desarrollo del mercado moderno de la fotografía.

La gran oportunidad para este negocio, explica, llegó en 1984 cuando el J. Paul Getty Museum decidió invertir 30 millones de dólares en comprar grandes colecciones de fotos. «Ese episodio supuso un gran cambio para la fotografía y tuvo muchas repercusiones: Primero de todo porque puso dinero en los bolsillos de muchos galeristas, como yo, que vendimos mucho material a este museo de Los Ángeles, y segundo, porque revalorizó este arte e hizo que la gente abriera los ojos y que los coleccionistas de arte empezaran a tener interés en la fotografía», asegura. Greenberg pudo entonces trasladar su galería a Nueva York. Fue en 1986.

De cómo está el mercado actual, apunta únicamente que «ha habido un cambio de intereses» a raíz del paso de la tecnología analógica a la digital. «La buena noticia es que el interés por la fotografía clásica no desaparece y que siempre hay coleccionistas, museos y fundaciones interesados en ella», afirma.

Respecto a los elementos en los que se fija Greenberg para decidir si una foto es buena habla de aspectos como «la calidad de la impresión, la luz o el momento que capta». «Lo fantástico que tiene este arte, a diferencia de la pintura, es que no hace falta ser un experto en la materia, todo el mundo es capaz de reconocer cuando una fotografía es buena», concluye.

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