Literatura | Bibiana Collado Cabrera Escritora

La escritora Bibiana Collado Cabrera, en Ibiza: «Al sistema le interesa que sea difícil acceder a las élites, que nosotros mismos nos boicoteemos antes de llegar»

Después de cuatro poemarios, Bibiana Collado Cabrera se estrenó en 2023 en la novela con ‘Yeguas exhaustas’, una obra «con mucho espíritu crítico» de la que hablará mañana en Sa Cultural en una cita a la que está invitada también la periodista y escritora Gemma Ruiz Palà con su libro 'Les nostres mares'

Bibiana Collado Cabrera lanzó el año pasado su novela ‘Yeguas exhaustas’.

Bibiana Collado Cabrera lanzó el año pasado su novela ‘Yeguas exhaustas’. / LAURA LEAL

Maite Alvite

Maite Alvite

Bibiana Collado Cabrera (Burriana, Castellón, 1985) viajará mañana a Ibiza para presentar a las 19.30 horas su primera novela, ‘Yeguas exhaustas’ (Pepitas de calabaza), en Sa Cultural de Vila. En el evento, organizado por la librería a través del proyecto del Ministerio de Cultura ‘Afinidades Electivas’, la autora, docente de Lengua y Literatura en un instituto de Valencia, conversará con la escritora y periodista Gemma Ruiz Palà (Sabadell, 1975), que hablará, a su vez, de su obra ‘Les nostres mares’ (Consonni), Premi Sant Jordi 2022.

«Su novela y la mía son muy sociales y tienen mucho espíritu crítico, así que creo que dialogan muy bien», comenta en una entrevista telefónica Collado, «feliz» de poder volver a coincidir con Ruiz, a la que conoció en febrero en un festival literario de Bilbao.

Su producción literaria previa a ‘Yeguas exhaustas’ era poética. ¿Qué le ha llevado esta vez a cambiar de género?

Yo no siento tanto que sea un cambio de género. Adoro la literatura en todas sus vertientes y durante muchos años estuve escribiendo artículos académicos, reseñas y crítica literaria, así que tenía el hábito narrativo, pero ese género tenía sus limitaciones y tenía ganas de poder utilizar la narrativa de una manera más libre y creativa para hablar de esos temas que ya señalaba en lo académico. De esa necesidad de retomar la escritura narrativa, pero sin las cortapisas del mundo académico y con la libertad que me ofrece la creación, salió ‘Yeguas exhaustas’.

Si califico el libro de novela de autoficción ¿sería correcto?

Eso lo tienes que decidir tú, más que yo. No me molesta cuando lo califican así, pero yo prefiero no ponerle de primeras esa etiqueta. Yo lo que sí digo es que es una novela, en el sentido de que no es un testimonio ni una autobiografía. Es una obra literaria y tiene juegos autoreferenciales, pero lo de decir si es autoficción o no ya es cosa vuestra.

A través de Beatriz, la protagonista, hija de migrantes almerienses, da voz a los que usted misma llama ‘los de abajo’ y, en especial, a las mujeres, que sufren doble estigma, por pertenecer a la clase trabajadora y por su género. ¿Echaba en falta en la literatura actual esa perspectiva?

Claro, lo echo en falta, en general, en el mundo que vivimos. Vemos películas y series y leemos libros y es muy extraño encontrar a personas y situaciones ancladas a nuestra realidad verdadera. Yo me sentaba y ponía Netflix o abría un libro y me preguntaba: ¿Por qué nunca aparecen mujeres que lleguen a su casa por la noche con las piernas hinchadas, reventadas de trabajar, como llegaba mi madre, y mi tía y mi abuela y seguro que las madres y las tías de muchísima gente?; ¿dónde están esas personas, dónde están esas vidas que aparecen, pero que suelen hacerlo muy poquito?

Bibiana Collado Cabrera es autora de cuatro poemarios, además de la novela 'Yeguas exhaustas'.

Bibiana Collado Cabrera es autora de cuatro poemarios, además de la novela 'Yeguas exhaustas'. / Laura Leal

Describiendo a esas mujeres me viene a la cabeza la frase que da título al libro y que se refiere a la madre de Beatriz, la protagonista: «Reventada de tanto currar, como una yegua siempre exhausta al final de una carrera que no acaba nunca. El agotamiento de la supervivencia no deja espacio para nada más».

Exacto. ¿Dónde están en los productos culturales que consumimos habitualmente esos cuerpos cansados?; ¿dónde está el efecto del trabajo?; ¿dónde están esos malestares cotidianos, pero que a la vez son transversales, estructurales y condicionan nuestra vida?

En definitiva, ¿dónde están ‘los de abajo’?

Claro. ‘Los de abajo’ somos en realidad la gran mayoría. A veces, viendo determinadas series y mirando determinados estantes parece que vivamos en una sociedad que de verdad ha creído que pertenece por completo a una especie de clase media-alta con unas condiciones y con unas posibilidades, cuando la mayoría de nosotros y nosotras somos ‘los de abajo’, con una vida condicionada por el trabajo, que sufre esas violencias vinculadas a la clase, al origen, al lugar de donde venimos, que tiene dificultades para ascender o para apropiarse de determinados lugares y que, casi casi, es imposible que acceda a determinadas élites culturales.

Lo explica en el libro, la clase social va más allá del dinero del que uno dispone. Es también la ropa que lleva, la educación que recibe, el círculo en el que se mueve, la música que escucha... ¿Marca eso para siempre?

Más que marca, el imaginario que hemos heredado y que, efectivamente, va más allá de las puras condiciones materiales, nos configura. Es esa manera de estar en el mundo, de actuar, de comportarnos, de hablar, de sentarnos, de entrar en un sitio y de ponernos nerviosos porque sentimos que ese no es nuestro lugar...Todo eso forma parte del imaginario de ‘los de abajo’ que nos condiciona y que nos marca y al sistema le interesa que así siga siendo.

«Nos hemos creído el discurso de que somos completamente libres y de que podemos acceder a cualquier esfera social»

¿Quiere decir que al sistema no le interesa que aspiremos a más?

Claro, digamos que a las élites les interesa seguir formadas por las mismas personas de siempre, que sea complicado acceder a ellas, que nosotros mismos nos boicoteemos antes de llegar.

Nos llevamos las manos a la cabeza con los sistemas de castas en la India, pero también deberíamos ser más autocríticos con nuestro modelo occidental...

Efectivamente. Hemos naturalizado determinadas cosas y, casi casi, que ni siquiera las vemos. Nos hemos creído ese discurso de que somos completamente libres y que podemos acceder a cualquier esfera de la realidad o de la sociedad y esa frase que le decimos mucho a la chavalería de ‘trabaja y esfuérzate muchísimo y podrás llegar a donde quieras’. Cuidado con ese discurso, porque es el que quieren en realidad que digamos, pero no es el que luego acontece. No se corresponde con los hechos reales. Eso está tapando algo, está ocultando un sistema que ejerce de manera sistemática y estructural violencias contra nosotros vinculadas al espacio del que venimos, a esa genealogía, a ese ser de abajo y que se ven dobladas exponencialmente en el caso de las mujeres. Si no señalamos esas violencias, si no las ponemos sobre la mesa, al final, los perjudicado doblemente somos nosotros. Porque eso genera frustración, malestar y nos hace preguntarnos qué nos impide alcanzar esos estadios. Es lo que le pasa a Beatriz, que dice que ha hecho todo lo que tenía que hacer, que tiene una carrera, sus postgrados, un premio extraordinario y un doctorado y que se pregunta qué es lo que está haciendo que siga sin entrar en determinadas élites culturales y que siga sin estar cómoda en determinados espacios. La gran victoria del sistema, como dice Beatriz, es creer que es culpa de uno mismo, que es una cuestión subjetiva. Todo lo contrario. Este libro lo que pretende es señalar que esto no tiene que ver con el sujeto individual sino con lo que sucede colectivamente, con el lugar en el que vivimos, y que es efectivamente sistémico y estructural.

«La novela es un catálogo de violencias en la que solo cuento la punta del iceberg»

Al hilo de lo que explica me viene una frase que dice Beatriz cuando habla de temas como la sexualización de la infancia y de los abusos: «El circuito nos quiere atomizadas porque si creemos que el daño es particular no vemos el problema sistémico».

Exacto. A mí, a veces, en lo clubes de lectura que voy haciendo me dicen: «Bibiana, hay que ver, qué mala suerte has tenido, con cuantos idiotas te has encontrado». Y yo siempre digo: «Cuidado, que no es que Beatriz o Bibiana hayan tenido mala suerte, sino que esas situaciones les pasan constantemente a muchísimas personas» y muchas veces casi ni nos damos cuenta. Es lo que le pasa a Beatriz, que necesita que pasen años para darse cuenta de que aquello que le ocurrió no era casualidad, sino que había una explicación detrás.

Habla de maltrato social, pero también de violencia de género. Se está luchando mucho contra esta lacra. En su opinión ¿qué falta por hacer para poder erradicarla?

Esa respuesta no la tengo, ojalá la tuviera. Yo lo único que puede hacer desde el rincón de la literatura y de la docencia es poner sobre la mesa el problema, señalarlo y mostrar todo ese entelado que lo construye por debajo y que va haciendo que funcione, por lo menos para que lo veamos y que seamos conscientes, para que no nos creamos ese otro discurso de que las cosas están muchísimo mejor y de que de qué nos vamos a quejar con todo lo que hemos avanzado. Por desgracia en eso no hemos avanzado tanto.

Ni en la lucha por la igualdad...

No. En la novela, además, hago un ejercicio de contención. Lo que estoy contando en ella es solo la punta del iceberg. Si de verdad nos sentamos y nos ponemos a hablar, cuidado con todo lo que puede salir. A mí me gusta ver el libro como un espacio que invita a que conversemos de estas situaciones que seguro que a todos nos suenan.

Portada de  'Yeguas exhaustas', de Bibiana Collado Cabrera.

Portada de 'Yeguas exhaustas', de Bibiana Collado Cabrera. / Pepitas de calabaza

Volviendo al asunto del imaginario que heredamos y cómo nos condiciona, la lengua, lo apunta en el libro, es también un marcador de clase.

En efecto. Siempre digo que el libro es un catálogo de violencias. Cada capítulo señala una herramienta o una situación pequeñita donde esa violencia aflora. En el que mencionas muestro como cualquier lengua puede ser utilizada también como una marca para señalar la diferencia, el origen, aquello que no está bien. Cuando Beatriz está en el pueblo la marca es que ella habla en castellano porque es hija de migrantes y eso la diferencia y señala de dónde viene; y cuando es mayor y se va a la capital, a la universidad, es al revés, el hecho de que hable valenciano, porque viene de un pueblo valencianoparlante, es lo que la marca como alguien que procede del mundo rural. Ese gesto me interesaba. Y ya de paso lo que quería hacer era un homenaje personal a esas primeras generaciones de la migración interna tan importante que vivimos, de las que se habla muy poco y que lo hicieron muy bien. Son unas páginas a las que les tengo mucho cariño, dedicadas a la madre y al padre de Beatriz contando anécdotas, mostrando lo bien que supieron llegar, estar y adoptar la lengua del lugar al que migraron y vivir como un triunfo que sus hijas empezaran a hablarla.

El libro ya va por su quinta edición. ¿Se esperaba tal acogida?

No, la verdad es que estoy maravillosamente sorprendida porque toco un tema complicado y es un libro un poco diferente. Es una novela, pero con tono un poco ensayístico, diarístico, casi periodístico. Además, tiene un espíritu crítico muy fuerte, que señala algunos puntos muy peliagudos y la verdad es que no sabía muy bien qué iba a ocurrir. Creo que nos ha sorprendido a todos muy positivamente que funcionara tan bien.

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