Posiblemente, el hecho de que sepamos tan poco de tan singulares personajes se debe a que actuaban en la sombra y a que de ellos sólo se hablaba en voz baja, no fuera uno a convertirse en víctima de sus maldiciones. Los hechos extraordinarios que protagonizaban, por otra parte, se daban generalmente en el medio rural y el mossènyer, el cura del pueblo, el único que sabiendo de letras hubiera podido levantar acta de algunos sucedidos inexplicables, fuese por su carácter procaz, por defender a su parroquia o por tenerlos por cosas del mismísimo Belcebú, los desmentía o silenciaba, los hacía pasar como historias de viejas, falorias y comadreos, nacidos de miedos y supersticiones. Pero las gentes sabían lo que sabían, dijera el cura lo que dijera. Y también sucedía que, tal vez por aquello de que ´muerto el perro, se acabó la rabia´, cuando alguna de aquellas mujerucas extrañas fallecía, sus sortilegios y taumaturgias crecían al amor de la lumbre y alimentaban las rondallas populares en las que, finalmente, no se sabía que había en ellas de cierto y de inventado. De aquí que en nuestras islas, como en otras geografías, hayan sido la memoria y la oralidad el vehículo que nos ha dejado noticia de aquel mundo fantástico y tenebroso de las brujas que, conviene subrayarlo, tenían su lado luminoso y bueno en las hadas.

Fajarnés Cardona, don Enrique, cita de pasada en sus escritos a tres brujas que en tiempos fueron muy populares, na Pepa Bots, na Lluenta y na Tomasa, esta última muy dada a los rebuznos que, según dicen, multiplicó mientras expiraba en el antiguo Hospitalet entre terroríficos espasmos, circunstancia que mantuvo espantado al personal, que no dejó de rezar rosarios durante toda una noche, tapados los oídos por evitar el roznar y las maldiciones de la vieja. Joan Castelló Guasch, por su parte, también habla de brujos y brujas en ´S´animal de foc´, ´Es bruixot´, ´Un, dos, tres, marro és´, ´Ses calaveres de can Fita´ y ´Es geperut i ses fades´. Son historias que pertenecen al substrato cultural del viejo mundo y que ha retenido el imaginario colectivo de nuestros mayores en un contexto de supersticiones del que, afortunadamente, nos quedan trazas significativas en dichos y en costumbres. Citaría, por ejemplo, sa salpassa; y pintar de azul los dinteles de puertas y ventanas; y dejar en la entrada de las casas ristras de ajo y determinadas yerbas protectoras, y marcar con lechadas de cal cruces en sus muros exteriores. Todo ello para ahuyentar a las fuerzas del mal con el que las brujas estaban compinchadas. Un eco de aquel mundo lejano, sin ir más lejos, son las canciones que cuando éramos niños cantábamos en la calle: «Plou i fa sol, / ses bruixes es pentinen; / plou i fa sol, / ses bruixes porten dol»; y las dulces corolas que conocíamos como caramel·los de bruixa de la hierba de Santa María; y el baile de las hojas muertas, remolins de bruixa; y eran también empelts de bruixa los extraños mazacotes, más o menos esféricos, de hojas que se forman en el ramaje de los pinos y los enebros. Y estaba fuera de duda que las brujas se encarnaban en animales a los que, por lo que pudiera ser, nunca les perdimos el respeto, canes asilvestrados, gatos negros y cabrones.

Son historias que ahora parecen paparruchas, pero que en tiempos eran tenidas muy en cuenta. Incluso un canónigo sesudo y grave como Macabich, don Isidoro, habla en su ´Historia de Ibiza´ de poseídos en los que puede manifestarse con descaro su relación con Satanás al que solo puede enfrentar el exorcismo. Advierte Macabich que siempre existirán personas que busquen al demonio para sus malos logros y que Dios, en castigo a sus aberraciones, puede dejarlas a merced de esa esclavitud diabólica.

Superchería

Lo sorprendente es que, dicho esto y después de acudir a las Sagradas Escrituras para confirmar que tan oscuros personajes existen, don Isidoro se corrige y, tal vez para no espantar al personal, da el hecho brujeril como superchería o solo tema de consejas y así comenta que «eso del mal de ojo y las hechicerías a distancia son pura monserga; puede dañarnos moral y físicamente, eso sí, con medios puramente naturales, cualquier persona aviesa sin temor de Dios, bruja en sentido nominal o extensivo como cliente de la Guardia Civil». El comedimiento de nuestro canónigo archivero es comprensible, pero lo cierto es que algunos fenómenos extraños sí se dieron, caso del presbítero y provisor Jaume Company que, en 1943, fue acusado de prácticas erráticas cuando, para curar a un enfermo, pedía de este su camiseta o calzoncillo, que colocaba bajo sus pies mientras celebraba una misa con trece velas y trece nudos cruzados. Según se dice, acabado el oficio, cuando el enfermo recuperaba sus prendas íntimas y se las ponía, quedaba inmediatamente curado.