«Hereva de les virtuts i els defectes de mil·lenàries civilitzacions, Eivissa compta en el seu variadíssim folklore amb una dosi més que respectable de supersticions, embolcallades indefectiblement en el que és tradicional. En les seues velles creences populars existeixen esperits familiars i llegendes d’innegable entroncament amb la mitologia precristiana, pràctiques tenebroses, conjurs diabòlics, bruixes, encantaments i sortilegis, matisat tot amb el pintoresc segell del cosstumisme local».

Joan Castelló Guasch.

Evitamos pasar por debajo de una escalera, nos da mala espina romper un espejo y utilizamos pulseras y amuletos que supuestamente nos protegen de enfermedades y desgracias. Las hogueras de San Juan, los bailes en torno a pozos y fuentes, el culto a los muertos, las mascaradas o el valor mágico de ciertas hierbas han sido la herencia que nos han dejado ritos arcanos que, por su terca persistencia en el tiempo, exigieron estrategias de conciliación que substituyeron las divinidades paganas por vírgenes y santos en prácticas religiosas de estricta ortodoxia en las que utilizamos agua bendita y practicamos bendiciones, exorcismos y el culto a las reliquias. La fiesta de Navidad proviene del Dies Solis de las ‘Brumalia’ romanas que el emperador Constantino convirtió en el Dies Domini cristiano.

Los artistas le desean mierda a un compañero en la creencia de que la palabrota le dará suerte. Los futbolistas se santiguan al saltar al campo, los toreros repiten el traje con el que hicieron una buena faena y los políticos utilizan en sus mítines, como si fuera un talismán, una misma corbata.

Variopinta y sigue viva

La superstición es variopinta y sigue viva, aunque en el mundo antiguo era más común y estaba provocada por el desamparo frente a situaciones comprometidas. Es cierto que se dio especialmente en el campo o pago, de donde viene pagano, que era quien tenía creencias idolátricas ligadas a fenómenos atmosféricos, astros o lugares considerados sagrados, fuentes, pozos o montañas.

La superstición funcionaba como salvaguarda, estableciendo una relación de causalidad entre un acto aparentemente insignificante y un acontecimiento que se esperaba -la rogativa se hacía para que lloviera- o una desgracia que se quería evitar. La superstición, por otra parte, ha tenido siempre un componente sociocultural determinante, razón de que la creencia de algunos sea superchería para otros: un ateo puede tener por superstición la creencia en cielos, infiernos y demonios, mientras que quienes creen en tales entidades califican de ignorantes a los que confían en astrologías, esoterismos y adivinaciones.

Entre las supersticiones que han sobrevivido en nuestras islas está la salpassa para conjurar a los demonios, la celebración del mayo, la bendición de animales, pintar cruces en los muros exteriores de las casas y los dinteles de azul, color que protegía contra las fuerzas malignas. Un buen amigo me dice que «les dones embarassades no podien ‘fiolar’ (tenir fillols), perque en tal cas el seu fill naiixeria mort». Y también me habla de «camins rurals on a la nit sortia ‘Por’, fantasma que segurament no hagués soportat una escopetada de sal per les anques».

El Archiduque Luis Salvador dice que el ibicenco «es muy supersticioso» y que la ignorancia desvirtúa su religiosidad, razón de que soporte estoicamente la adversidad que atribuye al fátum, al destino, a la mala suerte. Muchas creencias estaban relacionadas con el calendario, de manera que había días buenos y aciagos. Los martes, por ejemplo, traían desgracias. Y en las supersticiones entraban también los animales. Era presagio de calamidades destruir los nidos de las golondrinas o matarlas, el que una lechuza rondara una casa con sus gritos, que una gallina lanzara quiquiriquíes como un gallo o matar a un gato. Y no era menos conflictiva la relación con el Más Allá: si se enterraba a un difunto en viernes se creía que algún vecino moriría el mismo año; y el óbito de un cabeza de familia, paradójicamente -tal vez por aquello de que Dios aprieta pero no ahoga- propiciaba una buena cosecha.

Mágico procedimiento

Un mágico procedimiento para curar un mulo enfermo era pasarse, entre dos hombres, una gallina blanca por encima del animal, siempre que se interpelaran, uno a otro, con los nombres cambiados. También se creía que si una mujer en estado de merecer reposaba sobre una piel de foca evitaba el aborto. Y el Archiduque explica que incluso los dibujos que hacía para ilustrar sus escritos creaban desconfianza porque los lugareños veían en ellos secretas intenciones.

Enrique Fajarnés Cardona y Joan Castelló Guasch hablan de fantasmas, brujas, nigrománticos y demonios. Y don Isidoro Macabich recoge visiones y costumbres como la descarga de munición, les tirades y els nou foguerons; habla de Satanás disfrazado de vieja o cabrón, de fameliars, barruguets, follets, bruixes, fades, pastorells y sanadors; del valor que el mundo rural confería a los horóscopos, calendarios y lunarios, y de las oraciones que curaban anginas, mal de orina, dolor de muelas y erisipela; sin olvidar fórmulas mágicas como «per la fat i fa que ma mare m’ha dat», a la que seguía cualquier maldición.

Y en ‘Mots de bona cristiandat’ encontramos oraciones preventivas como la utilizada al amasar el pan, haciendo una cruz sobre la pasta, «Déu ho creixca i ho multipliqui amb bé de tots»; o la que se le decía al viajero que llegaba, «Déu que vos ha guardat d’aquí en darrera, us guard d’aquí en devant»; o la que preparaba el sueño: «Bon Déu meu, a dormir em pos; / si m’adorm i no em despert, / i no pogués dir Jesús / ni de boca ni de cor, / perdonau-me, Senyor meu, / que ho dic ara per llavors». La conclusión a la que llegamos es que no conviene reírse de tales costumbres que tenemos por supersticiones, porque hoy tenemos otras nuevas que, por ingenuas y absurdas, cuando pase el tiempo, sorprenderán a nuestros nietos.