Cuando Hans van Praag (Surinam, 1902–Ibiza, 1999) llegó a Ibiza por primera vez en 1956 llevaba sobre sus espaldas un intenso pasado en el que no faltaban episodios terribles de la Guerra Mundial –fue prisionero de los japoneses durante varios años– ni tampoco aventuras viajeras y profesionales muy diversas por Indonesia y América.Tenía 54 años –algo mayor, se diría, para viajar a una isla como Ibiza–, era soltero, no tenía hijos y buscaba un lugar ´definitivo´ donde continuar con su vida.

Como les había ocurrido ya a otros muchos viajeros, la entrada del barco en el puerto fue determinante. Su hijo Jacobo lo recuerda muy bien: «siempre me decía que cuando el barco entró en el puerto sintió que aquel lugar podía ser el que estaba buscando desde hacía tiempo». Intenso pasado pero futuro incierto, abierto a lo que pudiera llegar en una isla de la que nada sabía pero de la que se había enamorado a primera vista. Y lo que llegó finalmente fue también inesperado: una galería de arte.

La Galería Tanit, fundada por Hans van Praag en 1957, estaba situada en la calle Riambau, número 4. Su ubicación era inmejorable, tan cerca del puerto y, sobre todo, de la terraza del Montesol, donde pasaba buena parte del día la colonia de artistas y escritores extranjeros, y desde donde Hans van Praag, nacido en Surinam en 1902, oficial del ejército holandés y químico, empezó un buen día a dirigir su pequeña galería de arte. Si sólo un par de años antes le hubieran dicho que éste iba a ser su futuro, no se lo habría creído.

Lo cierto es que de esta manera empezó su andadura la Galería Tanit, antes que la Ivan Spence, antes incluso que El Corsario, antes que la Van der Voort... Se convirtió, por tanto, en el primero de una serie de espacios donde fue posible el arte de vanguardia, la reunión de artistas extranjeros residentes en la isla. Y fueron precisamente algunos de aquellos artistas, entre los que se encontraban Bechtold, Munford, Broner y Laabs, quienes convencieron a Hans para que abriera la galería.

La alegría de vender cuadros

Mariquiña Zaragoza no había cumplido todavía los 18 años cuando empezó a trabajar en la galería. «Fue mi primer trabajo y lo recuerdo como algo maravilloso que me ocurrió», afirma ahora, cincuenta años después. «En Ibiza había entonces dos mundos, el de los ibicencos y el de los extranjeros, y sólo algunas personas privilegiadas conseguimos compartir ambos mundos».

Hija de un teniente coronel destinado en la isla, Mariquiña Zaragoza, que vive en Palma desde hace varias décadas, recuerda el talante abierto de sus padres, que nunca le pusieron trabas –ni a ella ni a sus hermanas, una de las cuales, Mari Carmen, acabó estudiando Bellas Artes– para relacionarse con aquel otro mundo bohemio y diferente.

«Íbamos a exposiciones, hacíamos teatro, a mí particularmente me encantaba recitar poemas...», recuerda Mariquiña, que retrata a Hans van Praag como «el clásico hombre mayor, que conocía a todo el mundo, al que le gustaba estar siempre rodeado de mujeres, y al que recurría mucha gente para pedirle ayuda o consejo».

Mariquiña Zaragoza recuerda bien a muchos de los que acudían a la galería habitualmente, como Erwin Broner, «que tenía la bondad en la mirada», y todavía se ríe casi sin parar cuando describe la fiesta que se hacía cada vez que se vendía un cuadro. «Se avisaba inmediatamente al artista, se compraba champán y había una alegría indescriptible». Y fue testigo también, en la galería, del noviazgo de Hans y la holandesa Lied Mesgad, que entró también a trabajar allí en 1959.

También biblioteca

Lied Mesgad tenía 29 años cuando conoció a Hans en Mallorca. «El había ido a Palma y había quedado para cenar con un amiga mía en cuyo piso yo estaba alojada a la espera de un trabajo. Llegó al piso y, antes de verlo, le oí hablar y recuerdo que su voz me gustó, me impresionó mucho. Después fuimos presentados y él propuso que yo les acompañara a la cena. ¿Por qué no?, pensé, y también fui, por supuesto.»

Y así empezó todo, porque poco después también le propuso que se fuera a Ibiza con él. ¿Por qué no? «Yo estaba buscando por aquella época un lugar lejos de Holanda, en el sur, para poder vivir, así que Ibiza me pareció maravilloso. Hans me propuso que trabajara en la galería para clasificar los libros que acababa de comprar. Tenía unos ojos azules impresionantes, azules, pero de un azul casi violeta». Hans y Lied se casaron en 1961 y tuvieron dos hijos y una hija.

La Galería Tanit pasó a ser también biblioteca a los pocos años de su fundación. Hans compró una pequeña biblioteca privada a un francés que vivía en Sant Antoni y que quería dehacerse de ella. Había libros en diferentes idiomas y el servicio de préstamo empezó a funcionar con gran éxito. Lied, que había trabajado en la biblioteca de la embajada americana en Holanda, se ocupó de ordenarla.

Mariquiña Zaragoza recuerda también que la biblioteca era muy utilizada. «Llevábamos un archivo muy ordenado, con los nombres y las direcciones de los usuarios, un archivo que hubiera sido la envidia de la policía», comenta.

Sala de arte y biblioteca, la Galería Tanit fue sobre todo también un punto de encuentro. Un tocadiscos de la época estaba en funcionamiento todo el día y, en invierno, también una chimenea, alrededor de la cual siempre había gente. Sin duda, entre las peculiaridades de aquella galería, una de las más recordadas es la sopa que constantemente hervía en aquella chimenea durante el invierno.

«Era una sopa que iba creciendo y a la que todo el mundo solía aportar alguna cosa, ya fuera carne o verdura –recuerda Lied. Y sin duda un buena excusa para reunirnos delante del fuego. Muchos artistas vivían en el campo y cuando llegaban a la ciudad encontraban un poco de calor en la galería».

También Hans y Lied empezaron a vivir en el campo a partir de 1962. «Desde donde vivíamos –recuerda Lied–, en Sa Penya, se podía divisar una pequeña colina, cerca de Jesús, y Hans siempre hablaba de ella, hasta que un día fue en bicicleta hasta allí. La casa era una ruina. Y tenía tantos propietarios que no resultaba nada fácil comprarla, pero finalmente lo conseguimos y le pedimos a Erwin Broner que hiciera la reforma. Y allí nos fuimos a vivir. Sin luz, ni agua, ni teléfono».

En sus 30 años de historia –cerró definitivamente en 1987–, la Galería Tanit fue evolucionando hacia comercio artesanal y finalmente boutique, aunque siempre con un denominador común: «todo tenía que estar hecho a mano», recalca Lied.

La llegada de los hippies

Antes de los célebres mercadillos, la Galería Tanit empezó a vender piezas artesanales de los hippies, fabricadas aquí o llegadas de la India. «Venían a nuestra tienda y nos dejaban allí sus cosas para que las vendiéramos, igual que hacíamos con los cuadros de los artistas. Eran piezas muy bonitas, de gran calidad, hechas todas a mano, que se vendían muy bien», recuerda Lied.

Entre los recuerdos infantiles de Jacobo, se encuentra también la presencia de los primeros hippies: «recuerdo a alguno de ellos entrando en la galería y preguntando si se había vendido algo de lo suyo. De pronto alguien miraba en una cartulina y decía que sí. Se le iluminaba la cara. Cobraba su dinero y se iba feliz».

«Todavía muchas personas –apunta Lied– me dicen que, en Navidad, siempre compraban sus regalos en la galería, ya que allí encontraban cosas que no había en ningún otro lugar».

La ropa entró también, en los años 60, en la galería, pañuelos y otras prendas, que también gustaban mucho a los clientes habituales, a quienes ya nada podía sorprenderles de aquel lugar, siempre con el mismo espíritu de modernidad a la ibicenca. Se acumulaban objetos nuevos, que se entremezclaban con los viejos: cuadros y libros, artesanía hippie, mimbre, joyería, ropa...

Durante algún tiempo incluso la galería fue sede del viceconsulado holandés, cuando Hans van Praag fue nombrado vicecónsul –tras el fallecimiento del anterior, Ildefonso Pineda–. Tenía ya 65 años, pero le pidieron que aceptara el cargo hasta que pudieran encontrar a otro. «El caso es –recuerda Lied– que al menos estuvo siete años... Cada vez tenía yo más trabajo: los niños, la galería, la casa de campo... Al final, Hans encontró un piso en Vía Púnica y trasladó el consulado allí».

A los holandeses que pasaban por Ibiza en aquel tiempo era difícil no verlos en alguna ocasión en la galería. Artistas como Cremer, escritores como Mulisch o Nooteboom, o simples turistas... «Venían para cualquier cosa –concluye Lied–, hasta para llamar por teléfono...»

Hans van Praag escribió en 1962 un libro, Blackwood´s Magazine, sobre Borneo, pero no llegó a escribir nunca uno sobre Ibiza, «ni sobre su vida», se lamenta Lied, a pesar de que la familia conserva un buen número de cuadernos personales y diarios...

«Mi padre –añade Jacobo– escribía un diario, en el que anotaba hasta lo más preciso, como, por ejemplo, cuántos huevos habían puesto los faisanes...» Tal vez las páginas de estos diarios revelen algún día, si llegaran a publicarse, nuevas y valiosas informaciones sobre la vida cotidiana en la Ibiza de los años 60 y 70, y más concretamente también sobre el mundo de los artistas y las galerías de la isla.