«El arte es mi vida». Esta frase abre la página web de Ruth Kligman, que todavía se puede consultar pese a que la pintora murió el pasado día 1 en un hospital del Bronx. Tenía ochenta años y una biografía ligada a los grandes artistas estadounidenses del siglo XX. Pese a que Kligman dedicó toda su vida al arte, ha pasado a la historia como la amante de Jackson Pollock y la única superviviente del accidente de tráfico en el que murieron el pintor y la joven estudiante Edith Metzger, una amiga de Ruth que estaba muy ilusionada de poder conocer al artista, que ya entonces era un mito y estaba en la cima de su éxito. Años después de aquel fatídico 11 de agosto de 1956, Kligman se casó con el artista Carlos Sansegundo, con quien vivió en Nueva York y a quien introdujo en los círculos de las vanguardias artísticas.

«Se parecía a Elizabeth Taylor, era muy guapa», recuerda Sansegundo (Santander, 1930), pintor y escultor asentado en Eivissa desde hace años. John Gluen captó en 1959 una imagen de Kligman que refleja su personalidad: una mujer joven, muy atractiva, de pelo negro, desafía sonriente a la cámara con una mirada penetrante mientras sujeta una copa de champán. Un mono de lunares ceñido acentúa su sensualidad; un fular cuelga de su cuello.

Boda con Carlos Sansegundo

Sansegundo llegó a Nueva York en 1963, después de que el dueño de una galería norteamericana le comprara los cuadros que había expuesto en el Museo de Arte Moderno de Madrid. Ya en Nueva York, el galerista instó al artista cántabro a que visitara una exposición en la Washington Square Gallery, donde había colgadas dos obras suyas. Allí, pidió hablar con la directora. Acudió Kligman, que quedó sorprendida al ver a Sansegundo. Él recuerda así el diálogo que mantuvieron:

-¿Es usted Carlos Sansegundo? Me habían dicho que era español.

-Y lo soy.

-Ah, imaginaba que los españoles eran bajitos y con bigote.

-¿Tienes algo en contra de los españoles?

-No.

-¿Quieres casarte con uno?

«Y un mes después nos casamos. Andy Warhol fue nuestro padrino de boda y vinieron los artistas más importantes de la época. Todos nos regalaron cuadros», recuerda Sansegundo. Kligman, nacida en 1930, es más conocida por su carácter de musa y amante de grandes artistas que por su propia trayectoria artística, que desarrolló desde los años cincuenta. Es algo frecuente en la historia del arte: los historiadores, críticos y periodistas consideran que los creadores son ellos y destacan de ellas su carácter de comparsas, musas, mujeres atractivas que despiertan los sentidos y la imaginación de los genios; la obra de estas artistas queda eclipsada bajo la sombra de sus compañeros. Así le ocurrió también a Kligman, que quedó marcada para siempre por haber sido amante de Pollock y de Willem de Kooning, dos de los artistas más importantes de EEUU.

Kligman publicó en 1974 ‘Love affair: a memoir of Jackson Pollock’, sobre su relación con el pintor. Ed Harris dirigió en 2000 la película ‘Pollock’, en la que Jennifer Connelly interpretó a la artista. Kligman tenía 26 años cuando se convirtió en la obsesión de Pollock, que tenía 44 años y estaba destrozado por el alcohol: el apasionado romance sólo duró cinco meses, que acabaron trágicamente la noche del 11 de agosto de 1956. Ruth relata en su libro que el pintor, borracho después de haber estado bebiendo todo el día, hundió el pie en el acelerador sin hacer caso a las súplicas de la joven Edith, que le pedía a gritos que parara el coche, mientras la artista intentaba sin éxito tranquilizarlos a los dos. Pollock perdió el control del vehículo en una curva y se estrelló contra dos árboles.

Kligman inició en 1957 su relación sentimental con Willem de Kooning, que ejerció una importante influencia en la formación artística de la pintora, cuya primera etapa estuvo marcada por el expresionismo abstracto. De hecho, ella se refería a él como su «amigo y mentor». Fue gran amiga de Andy Warhol (ella le presentó a Mark Rothko), Jasper Johns o Franz Kline; Robert Mapplethorpe e Irving Penn la retrataron. «Durante décadas parecía conocer a todos y estar en todos los lugares en el mundo del arte», escribió Randy Kennedy en el obituario que publicó en The New York Times.

Sansegundo y Kligman vivieron en una casa en Greenwich Village, «donde estaban todos los artistas», recuerda el pintor. «Era muy conocida, una mujer muy interesante, muy inteligente y culta, pero era muy celosa. Fueron años muy interesantes. Conocí a la gente más interesante de Nueva York, no sólo artistas. Cuando me divorcié de ella me vine a Eivissa, dejé cuadros y todo, hasta mi ropa. Debía de ser 1970», rememora. Kligman fue la segunda de sus tres esposas (de las tres se divorció). «Los sábados celebrábamos guateques en el estudio de un pintor, cada vez uno. Siempre conocías a gente nueva», evoca.

Dos semanas en Eivissa

El matrimonio viajó a España para conocer a la familia de Sansegundo y pasó dos semanas en Eivissa, donde alquilaron un chalé en es Viver. El pintor, vinculado al Grupo Ibiza 59, presentó a la norteamericana a los artistas que en aquella época habían situado la isla en el mapa de la vanguardia del arte. «El viaje debió de ser en 1964 ó 1965. Le gustó mucho Eivissa», agrega.

«Me siento privilegiada como artista, como mujer, como persona con una gran historia...», confiesa en Internet esta mujer poliédrica provista de un gran magnetismo. Los monstruos y demonios surgidos de su subconsciente que habían llenado sus lienzos en los noventa, en un delirio de color y formas retorcidas, dejan paso en la primera década del siglo XXI a otra obsesión que se plasma en obras más serenas: «Mi nuevo trabajo es sobre mi obsesión con el cielo -confiesa en la web-. Amo el cielo del atardecer. Las nubes blancas me estremecen. En la playa al atardecer, los ojos parpadean un instante y todo cambia, el color se mueve, la luz varía, ilusión».

La artista intenta atrapar en sus cuadros esa luz blanca y en continuo cambio del cielo, los matices de los colores transformados por la luz. «Llamo a estas pinturas iluminación», agrega: iluminación en su doble vertiente, como la luz que permite ver pero también como revelación. La única imagen de la artista que aparece en su web, en el apartado dedicado a su última etapa, se ha convertido en su estremecedora despedida: Jonathan Cramer la retrata difuminada, con la cabeza inclinada hacia delante, los ojos cerrados, envuelta en unas telas blancas que ocultan todo su cuerpo como sudarios. El título: ‘Angel’.