Suplemento Abril

Cristóbal Serra, un raro genial

En el agitado mar de nuestras letras abunda el hombre-isla, el robinsón perdido, el escritor genial e incomprendido que, al margen de la sensibilidad dominante, de mercantilismos y etiquetas, no tiene voz ni quiere tenerla en el coro oficialista. Cristóbal Serra es uno de ellos

Cristóbal Serra, un raro genial

Cristóbal Serra, un raro genial

En la pléyade de los escritores raros, puede que que ninguno gane en rarezas a Cristóbal Serra. Se le pueden aplicar muchísimos adjetivos, polígrafo, sabio, visionario, erudito, místico, estoico, eremita, excéntrico, heterodoxo, contracultural, escéptico, fragmentario, aforístico, sinóptico, solitario, melancólico, romántico, surrealista, subversivo, lúdico, digresivo, irónico, etc., pero todos nos llevan a un único calificativo: inclasificable. No lo podemos considerar un novelista, pero es un extraordinario fabulador. No utiliza el verso, pero su prosa tiene un alto lirismo. Desde un anclaje rabiosamente mediterráneo, con una rigurosa voluntad moral y atento a los lenguajes primigenios de las culturas antiguas, todos sus libros son exploratorios, de frontera, multifocales, descodificadores.

Es un escritor que bucea en el Apocalipsis de San Juan, en los laberintos de la obra luliana, en el Tao, en los clásicos, en la mitología y el ocultismo, en el Talmud, el Corán y el catarismo. Autor de una obra insólita, profunda y satírica, tiene incluso un ensayo que arranca con la divisa más antimoderna que cabe imaginar: «Sin reverenciar al Asno, toda civilización decae, pierde su carácter sacro y se hace vertiginosa y alocada». El escritor sabe que sin el asno –prototipo del ritmo pausado- no hubiesen existido Roma, Alejandría ni Estambul, no hubieran existido como las conocemos las civilizaciones mediterráneas que se diluyen por las intromisiones foráneas y la aceleración de nuestros días.

Cristóbal Serra eligió vivir lejos del bullicio, en silencio y soledad. Sus libros no salen a nuestro encuentro, hay que salir a buscarlos. Pero quien lee uno solo, leerá todos lo que sea capaz de localizar porque su escritura resulta adictiva. Cristóbal Serra no pensaba ser escritor. Se hizo escritor escribiendo. Ajeno a las modas y en una cotidianidad que quiso anodina, escribió lo que quiso y como quiso. Un buen día se encerró en su pisito de la Avda. Argentina palmesana, se sentó en su gabinete, frente al mar, con sus libros y las lieders de Schubert, y ya no dejó la pluma. De aquí que haya más libros que vida en su biografía. Después de Octavio Paz, que le pidió que no dejara de escribir, lo han admirado y elogiado, entre otros, Pere Gimferrer, José Bergamín, Juan Larrea, Joan Perucho, Carlos Edmundo de Ory, Rafael Conte, Félix de Azúa, Carlos Barral, Michaux, Vila- Matas, Camilo José Cela... Su carteo con ellos nos permite conocer la cocina de su escritura y su talante. Se puede decir, en términos generales, que Cristóbal Serra mantuvo una visión desencantada, pesimista y de cierta perplejidad frente a la vida, en un contexto que le disgustaba, el de una Mallorca que desaparecía, desfigurada por un turismo de aluvión que daba al traste con los modos de vida y los paisajes de su infancia. Comentar hoy la obra de Cristóbal Serra, por su dispersión temática, y el carácter metafórico y fragmentario de sus textos tiene su qué, pero puedo intentarlo. Entre sus títulos más celebrados están ‘Péndulo’, ‘Viaje a Cotiledonia’, ‘Itinerario del Apocalipsis’, ‘Augurio Hipocampo’, ‘Diario de signos’, ‘Visiones de Catalina de Dülmen’, ‘La noche oscura de Jonás’, ‘Con un solo ojo’ y ‘Las líneas de mi vida’. Todo lo que escribió entre 1957 y 1996 está reunido en ‘Ars Quimérica’, obra editada por Círculo de Lectores.

Su primer libro, ‘Péndulo’, en su concisión, lirismo, ternura y melancolía, me recuerda a Italo Calvino en ‘Marcovaldo’ y ‘Palomar’. El protagonista es una guisa de payaso que se enfrenta, en situaciones absurdas, a un supuesto progreso. ‘Viaje a Cotiledonia’ nos lleva a la isla de los dobeítas, que «sufren por su afición desordenada al dinero». ‘Diario de signos’ es posiblemente la obra de Cristóbal Serra con la que más me identifico. Pienso que es su mejor literatura. Un cuaderno de notas intimista y confesional que recoge las vivencias de su niñez y juventud en Andratx, ámbito que convierte en personaje femenino, amado, luminoso, bello, evocador. El libro, que por breve sabe a poco, transita a fogonazos, en flashes fugaces, en imágenes y momentos que describen con melancolía y plasticidad lo trivial, lo menudo y cotidiano que para el escritor, auténtico micrólogo, es trascendental y revelador. Es un libro de sensualidades y silencios que indaga el alfabeto del Mediterráneo, que ofrece texturas, que tiene un olor salobre, que nos enamora con las aguas extasiadas del puerto, que nos lleva a compartir el rancho de los marineros que, en la popa de su llaüt, guisan en el anafe. En ningún otro libro se da la palpitación aforística, la visión panteísta y vitalista que tenemos en el ‘Diario de signos’. Y signo es cualquier cosa, una lapa, un pulpo, un pimiento, una silla, un membrillo, un cangrejo, la menudencia que explica la realidad. Las cosas pequeñas son las importantes.

‘Augurio Hipocampo’ es otro ensayo que, en el mismo escenario de Andratx tras la Guerra Civil, puede desconcertarnos en su heterónimo protagonista, Augurio, un asnólogo de mucho fuste que en sus elucubraciones nos lleva a los mundos inimaginables de otro insólito texto, ‘El asno inverosímil’. Y no puedo dejar de citar ‘Con un solo ojo’, pequeño libro infinito que nos transmite las verdades recibidas que hemos echado en el olvido. Escritor antiguo en el mejor sentido del adjetivo, distanciado de la literatura canónica, Cristóbal Serra navega entre la tuberculosis, la luna chopiniana de Valldemosa, el subconsciente, las vivencias de su infancia, la dislocación de la realidad, las emociones y mitos como el de Jonás, con naturalidad, desapego, agudeza y concisión, a través de una poética honda de las cosas y un humor tragicómico que podríamos calificar charlotiano y quijotesco. Y voy acabando, aunque no quiero acabar. Cristóbal Serra sigue oculto, desconocido, ignorado. Cabe esperar que algún explorador, arriesgado como él, pueda hincar el diente a sus manuscritos y descifrarnos todo lo que guarda su letra minúscula y monjil, muy parecida a la de Cela.

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