Ainoa se sienta sobre las piernas del paje del rey Melchor. Su padre, a los pies del escenario del paseo de Vara de Rey, no deja de hacerle fotos. Su madre, a escasos metros, sostiene a Ana, aún bebé, que niega con al cabeza cuando le pregunta si quiere hablar también con el emisario real. Ainoa, vergonzosa, despliega un poco la carta que ha escrito y le promete al paje que ha sido buena. Dos veces, por si acaso. El cartero le da unos caramelos y Ainoa, contenta, mete su carta en el enorme buzón que los pajes entregarán a Melchor, Gaspar y Baltasar para que conviertan sus deseos en regalos.
«Parece la calabaza de Cenicienta», comenta Iris mientras deja que la carta resbale por la ranura. «He pedido todas las princesas del mundo, pero mi mamá dice que todas seguro que no me traen», explica antes de salir corriendo hacia los talleres, en los que decenas de niños se divierten. Las niñas copan la fila para los maquillajes de fantasía. Alguna pide tigres y gatos, pero la mayoría quiere convertirse en hadas, mariposas y princesas. Varios pequeños están concentrados en los juegos de mesa de toda la vida y otros aguardan a que los monitores de S´Espurna les enseñen cómo hacen figuras con globos. Son capaces de crear perritos, mariposas, flores y espadas, pero cuando la pequeña Nanda les pide un corazón ponen cara de circunstancias. «Es que es muy complicado hacer un corazón», comenta el monitor, que estruja y retuerce un globo fucsia durante un buen rato hasta conseguir que adopte la forma correcta.
Los que tienen más trabajo son los que se encargan de las cartas para los Reyes Magos. Decenas de niños se agolpan alrededor de la mesa, coloreando las figuras de sus Majestades de Oriente y llenando las líneas con los juguetes y aparatos tecnológicos que esperan ver mañana por la mañana junto a sus zapatos. «Este año todos nos piden Furbys», comenta el cartero real de Melchor, que escucha atento a los pequeños que le leen sus cartas.