El ‘Tiempo de silencio’ de Martín-Santos

«Luís Martín-Santos fue el verdadero iniciador, en todos los órdenes, del actual replanteamiento de la literatura española», (Carta de Pere Gimferrer a Octavio Paz, 18 de junio de 1973)

El ‘Tiempo de silencio’ de Martín-Santos.

El ‘Tiempo de silencio’ de Martín-Santos. / PABLO GARCÍA

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

La doble efeméride de este 2024, -se cumplen 60 años de la muerte y 100 del nacimiento de Luís Martín-Santos-, despierta a sus lectores y motiva estas rayas. Conviene recordar, para situarnos, que la aparición en 1961 de su única novela, ‘Tiempo de silencio’, es explosiva y desconcieta. Rompe moldes. Se aparta del atascado realismo decimonónico y nos acerca la narrativa europea de Joyce, Proust y Sartre. Autores como Gil de Biedma, Benet, Benedetti, Cabrera Infante y Vargas Llosa ven la novela excepcional y rompedora, aplaude la crítica y no tarda en traducirse a las principales lenguas del continente, a pesar de que la censura ha suprimido 17 páginas y Martín-Santos tiene que regalar en hojas sueltas los pasajes eliminados.

Martín-Santos es médico y publica muchos trabajos de su especialidad, psiquiatría, pero su narrativa se limita a ‘Tiempo de silencio’. (Sé ha publicado una supuesta segunda novela, ‘Tiempo de destrucción’, pero es sólo una reconstrucción sobre los papeles que dejó). Si nos circunscribimos, por tanto, a ‘Tiempo de silencio’, lo que tenemos es una visión crítica y sarcástica de la realidad española de su tiempo, hecha con inteligencia y desde un nihilismo que pulveriza la acartonada sociedad del momento que se nos da desnuda en la vida gris y adocenada de un Madrid de posguerra, de miseria, estraperlo, prostitución y chabolismo. La novela no disimula su trasfondo ideológico y testimonial, una carga política que está en consonancia con la vida de su autor. Radicalmente reformista y hostil frente al franquismo, Martín-Santos forma parte de la Comisión Ejecutiva del Partido Socialista en la clandestinidad y, acusado de propaganda ilegal, es detenido y encarcelado hasta cuatro veces. Entre sus compañeros de viaje están Sánchez Mazas, Francisco Bustelo, Ramón Rubial, Vicente Guirbau, Javier Pradera y Enrique Múgica, un grupo que persiguió con saña Melitón Manzanas, el feroz comisario asesinado luego por ETA.

Resulta curioso recordar que una de las veces en que Martín-Santos estaba en chirona, para poder presentarse a una oposición a la que tenía derecho, tuvo que acudir al examen esposado entre una pareja de policías. Y no fue menos ‘movida’ su vida literaria en los cafés del viejo Madrid, Gijón, Gaviria, Hespérides y Gambrinus, donde hace amistad con los intelectuales y plumíferos del momento, Ferlosio, Aldecoa, Alfonso Sastre, Benet, etc., todos ellos embarcados en la renovación novelística que se respira en los años 50 y 60. Tras aquellas inefables y variopintas tertulias, amigos los más del alcohol y la bohemia, al bajar la persiana el establecimiento, en comandita, se van de putas.

La principal aportación de ‘Tiempo de silencio’ es, creo yo, su novedosa técnica narrativa. Toda la novela, sin capítulos, es un texto ininterrumpido y secuenciado en 63 grandes parrafadas separadas por un mínimo espacio en blanco. La progresión del argumento es lineal, pero domina el monólogo interior, el soliloquio que nos permite saber qué piensan los personajes, el diálogo sincopado, la digresión, la subjetiva reflexión del narrador, los itinerarios cruzados, un perspectivismo que nos da distintas versiones de los mismos hechos y, en fin, metáforas cultas, tropos, una sintaxis latinizante, amén de extranjerismos, neologismos, metonimias, sinécdoques, etc. Es como si se tratara de evitar el lenguaje esperable y mostrar las situaciones con una nueva luz. Las ideas tienen un peso narrativo igual o mayor que las calles, el pasado tiene tanta actualidad como el presente y, más que los sucesos, importan las atmósferas, los ambientes. Sorprende descubrir la diferencia que existe entre lo que las palabras dicen y lo que realmente significan. El lector no tarda en percatarse de que el texto dice más de lo que dice, que va más allá de lo observable y evidente. En este sentido, la capacidad sugeridora del texto es formidable. También encontramos una narración ralentizada que, en vez de avanzar lineal, se alarga y ensancha en oraciones subordinadas, disquisiciones, oposiciones y comparaciones que nos retrotraen a Proust. Y algo de barojiano tiene también la novela, sin que falte en ella cierto tremendismo, una escabrosidad que nos hace tocar fondo en el inframundo de la gran ciudad. Y es, por supuesto, una novela culta. Por sus páginas transitan filósofos y escritores, clásicos y actuales, Virgilio, Plauto, Horacio, Protágoras, Platón, Fray Luís de Léon, Unamuno, Jorge Manrique, Machado,. Cervantes, Kafka, Sartre, Joyce, Shakespeare, Dante, Balzac, Sartre, Ortega, Joyce, Heidegger…

En resumen, podríamos decir que ‘Tiempo de silencio’ es una de las novelas más importantes de la literatura española del siglo XX. Martín-Santos concibe la novela como un vehículo de crítica y reflexión. Denuncia el franquismo, da una vívida descripción de la miseria del país en aquellos años, 40 y 50, crítica el aislamiento peninsular y condena las actitudes que no combaten un pasado anquilosado, rancio y casposo.

Crítica y reflexión

Desde el punto de vista ideológico, Martín-Santos muestra su acuerdo con los postulados existencialistas y en lo narrativo incorpora fórmulas de la vanguardia europea que aprovechará la novelística posterior. ‘Tiempo de silencio’ es, en fin, una novela compleja, redonda, singular y distinta a lo que se venía haciendo en lo ideológico, técnico y estilístico. De ella beben luego no pocos autores aunque, en mi modesta opinión, ninguno consigue repetir la fórmula narrativa de Martín-Santos que, rara avis, se mantiene irrepetible. Tengo para mí –aunque se quede en opinión- que la literatura posterior que va de Luís Goytisolo a Cortázar, pasando incluso por Vargas Llosa, no habría sido la que es sin Martín-Santos. A quien, como queda claro, admiro en esta rica y extraña novela. Pero si no lo digo reviento: lo que no le perdono a Martín-Santos es que ponga a Ortega como chupa de dómine y que entre Sartre y Camus prefiera al primero y no explique por qué. Quiero pensar que de no haber muerto tan joven, a los 39 años, hubiera rectificado.

Suscríbete para seguir leyendo