Dieciocho mujeres sin relevos, zarandeadas por el viento, ateridas por la rasca de primeras horas de la mañana, que sortean cables y baches, que pisan el firme resbaladizo y mojado con espardenyes, que para recorrer los 1.800 metros que separan la iglesia de Santa Cruz de la catedral, la mayor parte en pendiente, sin apenas rellanos, emplean dos horas y tres minutos. No es de extrañar que cuando, al fin, introducen en el templo la imagen de la Virgen de la Esperanza se emocionen, se abracen, se besen, algunas lloren, se masajeen los hombros doloridos.

A las órdenes de la capataz Nieves García y de los contraguías Andrés Sobrino y Pedro Rubio, las porteadoras de la cofradía del Santo Cristo de la Agonía se enfrentaron desde las 7.30 horas de la madrugada del Jueves -ya con el sol despuntando pero frío, muy frío- iniciaron la procesión del Rosario de la aurora, un trayecto agotador porque atraviesa calles muy empinadas y, además, porque carecen de relevos debido a que son pocas las cofrades. Incluso Fina Domínguez, que en principio iba a ser la contraguía, se colocó bajo una anda porque falló una de las porteadoras. Domínguez, que la noche previa apenas durmió para ultimar detalles, participó la tarde del jueves en otra procesión de Santa Eulària.

La imagen de la Virgen de la Esperanza -junto a sus andas y los ramos de narcisos y tajetes blancos- pesa en torno a los 350 kilos, según explicó José Marchena, presidente de la cofradía. Para subir desde Santa Cruz quitaron la candelaria, 24 cirios que el viernes iluminarán a la Virgen y que pesan cerca de 80 kilos.

De las andas a ser capataz

García sufría al ver padecer a sus compañeras, sobre todo en los tramos finales, donde se les desencajaban las caras y las piernas se les doblaban por el terrible esfuerzo. Es su segundo año como capataz. Durante ocho fue porteadora (incluso un año, por una promesa, llevó la imagen del Cristo de la Agonía junto a los hombres de la cofradía) pero que tuvo que salir de las andas debido a una serie de problemas médicos. Por eso padecía, porque quería estar con sus compañeras, codo con codo.

El primer reto de las 18 mujeres (primero 10 detrás, cinco en cada anda, y ocho delante; luego, en el ´Tourmalet´ de Dalt Vila, 10 delante y ocho detrás), ataviadas con un llamativo forro polar morado, fue sacar de Santa Cruz la imagen, para lo que tuvieron que agacharse al pasar por la puerta para que la corona dorada de la Virgen de la Esperanza no se golpeara con el dintel, pese a que este se encuentra a unos cinco metros de altura. No fue fácil, además, girar dentro del templo los casi siete metros de longitud del paso.

Al ritmo de dos tambores y seguidos por unas sesenta personas, la procesión comenzó en la calle Aragón cuando Vila aún no había despertado e incluso todavía había numerosos espacios para aparcar. Durante todo el trayecto efectuaron una decena de paradas, la mitad para que el párroco de Santa Cruz, Juan de Souza, recordara cada uno de los cinco Misterios Luminosos del Santo Rosario, los correspondientes al jueves. En su primera parada en el cruce con la avenida Ignasi Wallis, De Souza aprovechó para lamentar el dolor causado estos días por el terrorismo: «Pero en medio de esa tristeza hay esperanza», alertó.

El reloj del paseo de Vara de Rey marcaba 10 grados, pero debido al viento, la sensación térmica era inferior. Cuando paraban, las porteadoras se subían los cuellos de las chaquetas o metían las manos en los bolsillos para entrar en calor. Al frente de la procesión iba Nieves Torres, que portaba el estandarte de la cofradía. Antes era porteadora, pero al igual que Nieves García tuvo que abandonar las andas porque sus rodillas ya no daban para más: «Llevar esto es más liviano», aseguraba. Pero el estandarte, de plata, pesa unos 10 kilos y sujetarlo es sumamente engorroso cuando sopla, como ayer, el viento. Cuando más arreciaba, alguna que otra mano ayudó a mantenerlo firme.

El segundo Misterio Luminoso apenas se escuchó debido a la proximidad de las obras del hotel Montesol. El sol calentó por primera vez a las procesionarias en la calle de las Farmacias, pero sus rayos aún eran en esos momentos, las 8.10 horas, muy oblicuos, muy débiles. En la tercera parada, junto al Mercat Vell, ya abierto pero sin clientes, solo se escuchaba a De Souza y a la moto de un Policía Local que acompañó la procesión del Rosario de la aurora.

Comenzó entonces el suplicio, la empinada y resbaladiza cuesta del Portal de ses Taules, donde las mujeres se aferraban a las andas para imprimir mayor empuje. Ni siquiera en esos momentos de agonía perdían el paso sincronizado: según caminaban se oía cómo barrían el suelo con sus espardenyes. El paso por el Rastrillo es uno de los momentos peliagudos de la procesión, pues en ese estrecho pasaje deben doblar los siete metros del paso, al que el viento mecía los narcisos, las bandas y el rosario de nácar y plata (el del Viernes Santo será diferente) que la Virgen de la Esperanza sostenía en su mano izquierda.

Sorteando obstáculos

Tras las paradas para descansar y rezar el rosario junto a la estatua de Isidor Macabich, la iglesia de Santo Domingo y el convento, iniciaron la parte más dura del recorrido:

-Pedro [Rubio], ¿estamos?

-Cuando tú quieras, corazón.

Y Nieves García, tras un par de golpes con el llamador, conseguía que de nuevo, y pese al cansancio, levantaran por antepenúltima vez la imagen. Por delante, una paliza de cuesta que parecía un circuito americano: cableado suelto que para sortearlo debían agacharse («Este es el Patrimonio de la Humanidad de Dalt Vila», comentó con ironía uno de los cofrades), charcos y suelo resbaladizo, farolas, balcones y calles estrechísimas donde apenas caben. El más difícil todavía en los últimos 10o metros: «Venga chicas, que podemos», arengó García, que sufría por no poder relevar a sus compañeras, cuyas caras se descomponían por el esfuerzo, aferradas con sendos brazos a las andas cuando la catedral ya estaba a un paso. «Los tienen cuadrados», alabó la valentía de sus compañeras uno de los cofrades.

Pero no había concluido el calvario. Una de las porteadoras, diabética, no pudo más y tuvo que ser sustituida en la plaza. La imagen entró en el templo de espaldas y poco a poco para no rozar las andas del Jesús del Gran Poder y para penetrar después en la recoleta capilla del Sagrario, donde se diría que retorcieron el paso para entrar en ese embudo y no tocar los salientes de los muros.

Isabel Mateos se tocaba los castigados hombros. Ni siquiera entrenar desde enero les libra de ese dolor. Es, junto a Pepi Villegas, la más veterana de las porteadoras de la Virgen de la Esperanza. Con sus años de experiencia -su primera vez fue en 2007-, esta granadina, que desde los seis años vive en Ibiza, ya sabe que «si subir a la catedral es duro, lo es aún más bajar. La bajada es más lenta, se va frenando todo el rato y se lleva más peso», explicó. Antes de bajar a Vila recogió, como sus compañeras, un par de flores del ramo que había a los pies de la Virgen para dedicarlas a sendos familiares. El rosario de la aurora fue agotador, pero al contrario de lo que afirma el dicho, terminó bien.