Opinión

Auster, viejo amigo

No soy capaz de recordar cómo cayó ‘Brooklyn Follies’ en mis manos. No sé si alguien me la dejó o me la regaló o la compré después de que me saludara desde el escaparate de una librería. Le he dado mil vueltas, pero nada. Supongo que fue uno de esos episodios azarosos que tanto juego le daban al propio Paul Auster. El caso es que yo estaba pasando por un momento muy complicado y esa novela me golpeó, o debería decir que me agarró de las solapas y me zarandeó. En los meses siguientes Auster se convirtió en el inseparable compañero de mis noches y de mis viajes. Leí de una tacada y casi de forma hipnótica primero ‘La trilogía de Nueva York’ y después, no sé en qué orden, las luminosas ‘Leviatán’, ‘El palacio de la luna’, ‘El libro de las ilusiones’ o ‘El cuaderno rojo’ y también la más floja ‘Tombuctú’.

Me encantaba su forma de tejer redes entre los personajes solitarios que deambulaban por sus páginas. De concebir la amistad o las relaciones casi como una forma de salvación ante la amargura de la existencia.

Algún tiempo después leí también ‘Viajes por el Scriptorium’ y ‘Un hombre en la oscuridad’, que no llegaron a hacerme cosquillas y ahí nuestra relación comenzó a enfriarse, pero no a perderse. Digamos que se quedó dormida.

Esta semana cuando leí la noticia de su muerte, ya esperada, el sentimiento fue como el que te agarra cuando pierdes a un viejo amigo, a uno de esos que a lo mejor no ves mucho, con los que ya no quedas, incluso de los que te has distanciado porque la vida te ha llevado por otro camino, pero que sabes que siempre estarán ahí para ti. Para cuando lo necesites.

Cuando hace algo más de un año su pareja, la escritora premio Princesa de Asturias Siri Hustvedt, hizo público el cáncer que padecía Auster, ya habíamos empezado a prepararnos todos para su marcha y ahora creo que estoy listo para un nuevo acercamiento. Lo bueno de no haber leído aún ‘4321’ o ‘Baumgartner’ es que están ahí esperando, para mí, para cuando las necesite.n

Suscríbete para seguir leyendo